Se acabó. ¿Bien? ¿Mal? No logro hacer un balance. Muchas cosas positivas trajo 2009, sin duda. Pero también podría bautizarlo como el año de la confusión absoluta. No sé dónde estoy, dónde voy, qué quiero, quién soy. Ello explica que 2009 haya sido el año para dar a luz a J.P.H., que escribe aquí en mi lugar. Uno de los muchos que soy. Ni el más auténtico ni el más farsante. Uno más, y punto.
¿Que qué espero de 2010? Un poco de claridad. No quiero entenderlo todo. Solo quiero suficiente luz para ser capaz de poner en blanco y negro un poco de lo mucho que anehlo compartir. Ser un poco más yo. Sin temor. Tener los cojones para enfrentarme a la realidad. Dar la cara. Alumbrar las muchas historias que me vengo prometiendo a mí mismo desde hace tiempo. Así de simple. Así de complicado. Así de absurdo.
Ea, pues. Adiós 2009. Gracias por todo lo que trajiste y por lo que te llevaste. Bienvenido 2010. Ya estaremos hablando.
2009
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Mal
No, no estoy bien. Nada bien. Pero da igual, pues a nadie importa. Afortunadamente todo mundo está ocupado de sí mismo. En este mundo es fácil pasar así, desapercibido.
Fingir
Esto ha llegado quizá demasiado lejos. Ya no sé quién soy. O lo sé, pero eso deja de lado al que deambula por las calles diciendo ser. Intentaré ponerlo claro, pero no garantizo nada. La cuestión es que he llagado a un punto en el que la identidad con la que he transitado por la vida me resulta lejana, ajena. Hablo en el sentido más amplio posible: no sé quién ese ese que dice ser yo. Que usa un nombre que me dieron al nacer. No entiendo sus motivos, sus razones. No comprendo qué lo mueve, por qué e dedica a lo que se dedica, por qué hace lo que hace. Lo entiendo sólo cuando se atreve a escucharse, pero lo hace poco. Me identifico con él cuando renuncia a las banalidades cotidianas, pero no lo hace con frecuencia. Lo comprendo cuando, fsatidiado de todo y de todos, se encierra en sí mismo intentando explorar un camino distinto. Pero nunca termina de hacerlo. Al final se pone el traje y la corbata y sale al mundo con cara de gente seria. Cierto, muchos gestos lo traicionan y revelan al loco que hay tras su mirada. Pero la gente suele creer que es su modo de caer bien, que son esos gestos los que le hacen simpático, diferente. No sospechan del anormal que hay detrás. Y yo siento que eso es sólo fingir. Y me cansa.
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Voluntad
Así, sin aviso, las lágrimas se dejan venir sin más. Responden a la menor de las provocaciones, si es que acaso pudiera realmente considerárseles tales. Grotesco. Vale, quizá estoy siendo, para variar, muy violento conmigo. Sé que llorar no tiene nada de malo. No me juzgo por ello. Me juzgo quizá por la indecisión, por no actuar, por la falta de cojones, por la ausencia de voluntad. A ratos todo parace tan claro. Tan evidente. Y aún así las decisiones se quedan en algún rincón. Como si no supiera lo que debería hacer. Y aquí sigo, debatiendo conmigo mismo, estableciendo este eterno monólogo que no lleva a ninguna parte. O quizá sí. Quizá sin darme cuenta me ayuda a explorar el sentido de mi abulia. Pero sigo aquí, sin intervenir. El fin de semana se antoja como una buena oportunidad para tomar al toro por los cuernos. Veremos.
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Llamado
Hace poco le decía a alguien que últimamente me fastidio a mi mismo de tanto escucharme quejándome, particularmente de mi situación laboral. Pero no sé hacia dónde mirar. No encuentro el camino. El bloqueo mental es permanente. Tengo claro que he cometido muchos errores últimamente. Y empiezan a brotar las consecuencias una tras otra. No sé simplemente qué hago aquí. No entiendo qué debería hacer. No estoy diciendo nada. Apenas hace unos segundos un miembro de mi equipo entró en mi oficina y arrojó un explosivo más. Nunca antes me había costado tanto trabajo integrar un equipo de trabajo. Y me siento tan cansado. Con tan poco ánimo. Paradójicamente lleno de esperanzas, creyendo que existen un sinfín de posibilidades. Pero no logro encontrar la fuerza ni las palabras para encarar el presente.
Al mismo tiempo, la paz de venir a este o a otros espacios en los que siento que puedo ser un poco yo mismo. Y entonces el temor —auténtico, no metafórico— de acabar en la esquizofrenia. Tan lejos. Tan incapaz de tomar las decisiones que seguramente son realmente necesarias.
[No se me ocurrió otro título para esta entrada. Quizá porque por primera vez escribo tan cerca del presente y tan necesitado de encontrar reacción del otro lado.]
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Demasiado
Demasiado tiempo ausente. Demasiado silencio en contrate con tantas necesidades de decir. De sentirse escuchado. Demasiada evasión.
Va siendo hora de intentarlo de nuevo. Intentar acomodar las piezas disponibles. Darles alguna clase de forma. Intentarlo de nuevo. Intentar comprender un poco más quién soy, qué quiero y hacia dónde me muevo. No con ganas de encontrar todas las respuestas, por supuesto. Quizá sólo por el mero hecho de perderme con transparencia en las preguntas. Escuchar las posibles respuestas. Darme oportunidad de hablar con distintas voces. Todas mías. Aceptarme en todas mis facetas, con la esperanza de encontrarme a ratos en alguna de ellas sin despreciar el resto.
Vale. Sé que estoy divagando poco más que de costumbre. Sé además que estoy siendo un poco más simple que otras veces. Pero creo que también se vale. De eso justamente es de lo que intento hablar. De la necesidad urgente de dejar de cuestionarme tantas cosas. Aceptarme, decía.
Y comenzar a explorar con más apertura esta crisis que evidentemente atravieso. Crisis que posiblemente sea permanente, aunque sólo a ratos se revele con claridad. Crisis necesaria. Crisis en la que encuentro el sentido, por llamarle de alguna manera a esa chispa que le permite a uno seguir adelante. Crisis que hoy me dificulta comprender qué diantres es real y qué es ficción o fantasía. Sí. Llevo ya días preguntándome sobre eso. Sobre la realidad. Y no acierto. Sobre eso quisiera explorar en estos días. Ya veré si lo logro.
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Vidas
De pronto no estoy seguro de cuál sea mi vida auténtica. ¿La que vive el sujeto que deambula las calles con mi nombre? ¿La que proyecto a través de los gestos de los rostros que me he construido en esta atmósfera digital? Escribo "la que proyecto" cuando en realidad también debería decir "la que vivo" pues de ahí surge justamente semejante confusión. De pronto descubro que me identifico más con esto que sucede a través del lenguaje binario que con lo que sucede en mis propios átomos. El mundo cotidiano y tangible parece un paréntesis en la auténtica vida que es la que vivo a través de la atmósfera virtual.
Suficiente enredo, lo sé. Mejor me aclaro y vuelvo cuando sea capaz de ponerlo en forma un poco más sencilla. Entre tanto, subrayo que no tengo claro quién soy ni en qué consiste mi vida. Pero aquí estoy, y eso es innegable.
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Aniversario
Hoy se cumple un año de un encuentro que vino a dar cierto giro impredecible a mi vida. Hace días me di cuenta de que la fecha se acercaba. Y de pronto lo bloqueé. Una clara señal de la inestabilidad que atrevieso y que me ha llevado a abandonar las letras durante semanas enteras. Días en blanco. En la nada.
Me he puesto a dar un vistazo a la historia de ese encuentro. Una historia que tengo documentada en cerca de 500 correos electrónicos. Me puse, pues, a leerla, como quien lee un libro cuya trama le resulta obviamente desconocida antes de comenzar. Y al avanzar en la lectura fui descubriendo muchas cosas. Fui encontrando revelaciones que no deberían resultarme nuevas pero que saltaban a la vista con intensidad.
Recordé de pronto aquel propósito inicial de contar aquí parte de mi historia. Parte de mis historias. Y me descubro, como siempre, incapaz de hallar un inicio. Pero estoy convencido de que, al hacerlo, lograré encontrar y dar un poco de orden a todo lo que hoy es confusión en mi mente.
En espera de lograr ese orden pronto (lo cual exige dedicarme un tiempo que he abandonado largamente), envío un abrazo inmenso a L por estos doce meses de coincidir. Gracias, te lo he dicho, por extender tus alas de vez en cuando y visitarme en sueños. Sigo sin comprender del todo qué papel juega uno en la vida del otro, pero lo agradezco infinitamente por lo que este encuentro me ha permitido recuperar.
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Sequía
He querido venir aquí, y no he tenido el coraje, las palabras, la voluntad, o yo qué sé. Algo no he tenido. Y más allá de las notas virtuales, descubro que tampoco tengo lágirmas. Llevo días, quizá semanas, queriendo llorar, necesitando llorar. Pero no lo consigo. Y ¿para qué diablos? se preguntará más de uno. La resistencia de las lágrimas podría interpretarse como una falta de necesidad. Cuando hagan falta de han de producir y punto. No lo creo. Las necesito, las quiero aquí, y se niegan. Sigo con el interior seco, vacío. Queriendo contar mil cosas. Queriendo hacer y compartir un infinito. Y la debilidad y el vacío siguen reinando.
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Problema
El problema con los locos es que en cuanto dan señales de consciencia sobre su propio estado, comienzan a tomarles por cuerdos.
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Debilidad
¿Qué exactamente estoy haciendo? Se suponía que querías renunciar a ciertas cosas. ¿Cuántas veces dijiste que estabas cansado de aquello y empezabas a tener claro el camino? Y ahora, vete nada más. Una vez más en eso de lo que has pretendido huir ya también un par de veces antes. ¿Masoquismo? Puede ser, pero no necesariamente. Puede simplemente ser debilidad. Y resulta, entonces, que ella siempre ha tenido, al menos en eso, la razón.
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Farsa
Y de pronto te encuentras con que andas como sin sentido. No tienes claro en qué momento cambiaste o cambiaron las cosas, pero es un hecho que nada es igual. Y te sientes cansado. Sin voluntad para seguir. Pero el papel que te has inventado exige levantar la cabeza y no darse por vencido. Algo inexplicable hace que te sientas obligado a ser congruente con cuanto has dicho antes. Esa farsa te condena. Tomas la careta de optimismo una vez más y sales a la calle a mostrar que la vida tiene sentido. Quién quita y en una de esas tú mismo te tragas el cuento.
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Vacío
Hace ya varias semanas que no aparecía por aquí. Un torbellino de ires y venires me lo ha complicado. Y hoy que decido detenerme un momento en esta bitácora, es un poco con lo mismo que decía la última vez. Confieso que no recordaba haber escrito aquí lo que pubiqué en la entrada anterior. Y ahora que abrí el blog para hacer esta entrada, me doy cuenta de que pensaba decir lo mismo. Que quisiera llorar pero no lo logro. Debería llorar, pero no encuentro lágrimas. ¿Acaso se habrán secado todas? Creo que al menos desde ese 3 de agosto el llanto se ha resistido a mostrar señales de vida. Y hoy ya ni siquiera duele su ausencia. Al menos no de la desgarradora forma que relataba la última vez. Es como si se hubiera ido para no volver, sin dejar siquiera una nota de despedida. Lo más fuerte de todo el asunto es que con él se ha llevado muchas otras cosas. La voluntad entre ellas. El entusiasmo habitual parece haberles acompañado. Me siento débil. Vacío. Y, sin embargo, voy tomando decisiones que exigen cojones. La gracia estará ahora en darles continuidad. Encontrar en ellas el sentido perdido.
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Llorar
Es bien sabido que existen muchas maneras de llorar. Varían no sólo en función de los motivos, la distancia del objeto que provoca el llanto o la forma en que se manifiesta. Las combinaciones son infinitas. De todas las formas que conozco, que no son muchas aunque tampoco son pocas, sino quizá las que conoce cualquier nostálgico promedio, decía que de todas las formas que conozco, la más dolorosa es en la que las lágrimas se resisten a brotar. El llanto sin lágrimas puede ser desgarrador. Llevo días con ese llanto atrapado. Hoy me he esforzado por hacer que las lágrimas corran, que se lleven todo lo que me duele. Pero se niegan. Llanto profundamente seco. Pongo esas canciones que nunca fallan, pero esta vez no funcionan. Quizá debería intentar una de esas pelis que me ponen mal. Pero no tengo la voluntad suficiente para encender el reproductor de DVD y esperar que lleguen esos momentos que tradicionalmente catalizan la catarsis. Intento, de cualquier modo, visualizar algunas de esas escenas en la pantalla de mi memoria. Tampoco funciona. Quizá hablar, dirán algunos. ¿Con quién? Nadie escucha. No es personal. No lo digo resentido ni con afán de reclamar. Es sólo que tres décadas y fracción me han enseñado que el lenguaje que hablo puede ser indescifrable incluso para los oídos mejor dispuestos, que de por sí son escasos. Miro por la ventana. Hace rato que empezó a llover. El cielo llora por uno. La metáfora es trillada, lo sé. Inconsciente del alcance de tantos lugares comunes, esa metáfora me acompañó largo tiempo en la adolescencia. Las manos se detienen. Oprimir estas teclas está resultando más pesado a cada minuto. Intentaré otro rato encontrar esas lágrimas escondidas. Si supieran cuánto se les requiere esta noche.
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¿Qué?
El silencio se ha prolongado más de lo previsto, lo sé. Las ideas se arremolinan dentro de una cabeza que no encuentra válvulas de escape. Una maldita olla exprés.
Al menos en un ámbito las cosas habían empezado a marchar. Parecían encontrar su rumbo. O una ruta al menos. Y nada. El pasado me persigue. Y se apodera de un presente que ya parecía demasiado bueno para ser cierto.
Y ahora, ¿qué? Todo parece reducirse a un simple y sencillo monosílabo. ¿Qué? No tengo idea. Ya lo dije antes de alguna forma y lo reitero ahora de otra: no sé si sirva de algo tener idea. Si acaso para ilusionarse. ¿Y después?
Vale. No me hago caso. Un rato estoy así, azotándome, tirándome al suelo, y al rato ya ando con la frente en alto, como si no pasara nada. ¿Quién demonios soy?
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Silencio
Llegué hasta este lugar cargado de entusiasmo por soltar la lengua a través de las yemas de estos tropes dedos y dejar escapar un sinfín de palabras que permitieran catalizar la inmensa necesidad de desahgo. Pero llego y la lengua y sus compinches los dedos se han declarado en huelga. Sugieren que el siempre elocuente silencio se encargue de las cosas. No hay resistencia posible ante semejante propuesta. Silencio, pues.
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Soberbia
Hace unos días ponía en duda el papel que tienen nuestras decisiones de cara al futuro. Hoy simplemente no sé qué decir. Las circunstancias de mis ires y venires vienen toamando un cauce vertiginoso e impredecible. Quisiera ser capaz de poner con mayor claridad las cosas, al menos en esta libreta. Pero no soy capaz. No logro ponerle nombre a lo que me aqueja. O quizá sí podría, pero los temores no dejan que me atreva. Quisiera gritar mil cosas. Quisiera encontrar un lenguaje que pudiera transmitir parte de lo que pienso y lo que siento. Y oídos suficientemente recpetivos. Pero mi soberbia (mi maldita y jodida soberbia) me lo impide. Me lo impide una vez más. Como lo ha impedido a lo largo de más de tres décadas. La historia de mi vida, sin más.
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Mensaje
Primera entrada matutina que publico en esta libreta digital. Y es que mientras sacaba hace un rato las cosas de mi mochila para empezar a trabajar, me topé con un trozo de mantel de Vips que tiene escrita una nota de mano de una amiga, con fecha 26+2/01/2009:
A veces no necesitas saber qué ocurrirá o cómo ocurrirá... No pienses, no digas nada, sólo cierra los ojos y déjate llevar, vuela a tu interior y sólo así encontrarás lo que tanto quieres y lo que te hace tanta falta.No sé si exista algo así como "lo que tanto quieres", pero a ratos es evidente que sí debe haber algo así como "lo que te hace tanta falta". Por un momento reconozco que el recadito suena cursi, pero algo de lógico tiene, sin duda. Entre que son peras o manzanas, ando volando a mi interior.
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¿Destino?
La vida tiene curiosas formas de actuar. Cada vez más dudo si nuestras decisiones pesan realmente en la construcción de nuestro destino o si solamente alteran los matices de una trayectoria que nos resulta inevitable. A ratos uno se entretiene creyendo que ha logrado evadir una u otra cosa en su camino. Y al final se da cuenta de lo ingenua que es semejante creencia. Ciertas cosas estaban condenadas a ocurrir, de una u otra manera.
Quizá esto no es sino un alucine barato. Lo tengo claro. Quizá he querido pensarlo de nuevo para quitar de mi espalda un poco del peso que involucran ciertas decisiones.
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Conquista
Nunca he sido muy adepto a esta palabrita. ¿Conquista? Entiendo que cuando la utilizamos en el contexto de las relaciones personales, nos alejamos en cierta medida de su connotación bélica. Sin embargo, a mí no deja de hacerme ruido. Cuando pretendemos conquistar a alguien, ¿actuamos contra su voluntad? Al menos ése es el sentido original del término. Las dificultades implicadas en la conquista solían centrarse en una voluntad contraria. La Real Academia de la Lengua reconoce que conquistar es ganar la volunta ajena, pero ¿esa ganancia es voluntaria? No al menos en el uso ordinario de la expresión. Entonces, ¿tiene sentido la conquista en el terreno amoroso? ¿No es forzar demasiado las cosas? ¿No es construir castillos en el aire?
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Futuro
¿Y qué si lo necesario es una renovación de todo y en todos los sentidos? ¿Con qué derecho se aferra entonces uno a lo absurdo del presente? ¿Y qué si realmente es cuestión de aceptar las cosas con humildad? ¿Por qué insistir cuando la petición contraria es contundente? ¿Será posible estar tan equivocado?
¿Y qué si todo esto es un gran error? ¿Hay marcha atrás? ¿Hay forma de volver a empezar las cosas? ¿Desde dónde se comienza entonces?
¿Acaso hay algo así como un mañana?
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Nosotros
debemos separarnos,
no me preguntes más."
A veces tengo la impresión de que ciertas palabras, ciertas imágenes, ciertos sonidos, se nos aparecen pronto para convertirse en señales definitivas, aunque sean necesarios varios años para que cobren sentido.
Cuando éramos pequeños, mi hermano y yo teníamos una tornamesa portátil en la habitación. Mis padres siempre cuidaron que tuviéramos música al alcance, por lo que desde temprana edad nos fueron llenando de aquellos discos de acetato de 33 revoluciones por minuto (y unos cuantos de los de 45). Se trataba fundamentalmente de música infantil (los discos de Odisea Burbujas, de los Pitufos, de Cepillín), así como una amplia colección de música clásica para niños. Pronto se sumarían Parchís y alguno de Timbiriche. En la sala de casa estaban los discos de los adultos. Conforme fui creciendo, comencé a explorar esos "otros" discos. Me topé así con algunos descubrimientos que con el tiempo terminarían configurando muchos de mis actuales gustos musicales. Entre esos "otros" discos, había un sencillo de 45 rpm de Eydie Gormé y los Panchos, donde interpretaban el mítico bolero "Nosotros", de Pedro Junco. Desde que escuché esa canción por primera vez quedé enamorado de ella. La letra me parecía incomprensiblemente desgarradora. Las dos primeras estrofas anticipaban ya la tragedia de la inevitable e inexplicable separación. Pasaba yo largas horas intentando descifrar esa despedida entre quienes habían sido "tan sincero" y habían hecho del amor "un sol maravilloso / romance tan divino". "No es falta de cariño." ¿Entonces? Y a pesar de todo "y en nombre de ese amor", terminaban diciéndose adiós.
Hoy parece que, después de varios lustros, la vida quiere ayudarme a comprender aquella canción.
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Sanar
¿Por dónde empezar? ¿Cómo jerarquizar el sinfín de ansiedades? ¿En qué orden colocar estas inquietudes? ¿Por qué cuando apenas uno empieza a concentrarse en una cosa, otras aparecen arrebatando la atención? ¿Por qué tanto sufrimiento alrededor?
Y quizá en el fondo toda esta ansiedad es egoísmo puro. Porque aunque se trate de inquietudes derivadas de problemas o padecimientos de otros, uno se aturde por el dolor que provcan en uno mismo. Afirmamos que el dolor del otro nos duele, pero ansiamos sanar no por paliar el dolor ajeno sino por acanar con el propio.
Aún así, ¿por dónde empezar cuando llueve sobre mojado? ¿O es cuestión de relajarse y dejar que las cosas sucedan? ¿Esperar? Se escribe tan fácil.
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Revelación
La realidad, sea lo que sea la realidad, puede ser tan atroz. Pesada. Arrasadora. No tiene piedad, compasión. Hay un infinito de cosas por decir. Desde que inicie este intento de diario virtual, muchas ideas han ido siendo contenidas ingenuamente por mi yo-censor. Pero las cosas alcanzan ya un nivel incontenible. Ya no sólo es urgente recuperar y relatar el pasado. El presente se vuelve incontenible. Se rebela. Exige ser parte de todo esto. Y aquí voy, haciéndole espacio.
Baste por ahora decir que, más que nunca, quisiera huir. Pocas veces he sentido la necesidad auténtica de "tirar la toalla". Pero hoy bien podría abandonarlo todo. Al final, las cosas terminan en cierto modo volviendo a su sitio. Lo sé. Pero mientras se alcanza ese nuevo punto de equilibrio, la estancia sobre la faz de esta Tierra no es cosa grata. Y no sé si habría de serlo. Un día amanece y descubres que estas harto de la patraña del sacrificio, del sufrimiento. Pero te descubres a la vez atrapado en sus redes. Por más que te resistas, su contundencia se impone. No hay salida. Queda uno en su túnel. Ese infinito túnel sin salida.
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Pruebas
En estos días en que literalmente llueve sobre mojado, también la vida parece estar poniendo a prueba a más de uno. Reconozco que no es una cuestión que esté viviendo en carne propia. Pero son muchas las cosas que gente que quiero y quiero bien está enfrentando. La fe ha sido históricamente una cuestión de la que he intentado sostenerme de tanto en tanto. A veces se trata de esa fe de emergencias, a la que acudimos sólo en momentos de complicaciones. A veces intento que sea esa fe más auténtica, la que surge de la profunda convicción de que alguien que tiene inmenso poder sobre mí y sobre todas las cosas, puede intervenir en cierto modo en favor de uno u otro rumbo para las cosas. Esa fe auténtica está más cerca del agradecimiento que de la súplica. Pero invariablemente se cruzan. En estos días he descubierto una vez más un sinfín de motivos para estar agradecido. Y me he topado también con una extensa relación de dificultades, propias o ajenas, que me recuerdan que la vida no es cosa fácil. Son pruebas, dirán algunos. Y no dudo que lo sean. A veces me pregunto cuál es el sentido de semejantes retos, si es que lo tienen. A veces uno flaquea. Pero los motivos para seguir existen. A veces más claros que otras. Los temores son muchos y en ocasiones poderosos. Las dudas invaden con frecuencia el entorno. Pero intento recuperar la fe. La convicción de que un sentido tiene el dolor. La certeza de que semejantes pruebas no son gratuitas. Estoy lleno de cosas. Queda claro. Quizá siendo menos comprensible que habitualmente. Y vaya que habitualmente no suelo serlo. El hecho es que hoy de pronto encuentro muchos motivos, más que de costumbre, para pedir con fe que Dios intervenga en favor de la verdad, en favor del bien. Queda claro que el mundo no muestra suficientes evidencias de que semejantes valores merezcan triunfar. Pero tengo suficientes razones para esperar con confianza. Con agradecimiento. Porque algún sentido terminarán teniendo estas dificultades para sus protagonistas, a quienes quiero y con quienes sufro corazón a corazón.
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Expectativas
En ocasiones los demás esperan simplemente demasiado de uno. Pero en cierto modo uno tiene siempre un alto grado de responsabilidad. Tales expectativas no suelen ser infundadas. Uno siembra esperanza. Uno siembra posibilidades. Y los otros simplemente esperan cosechar los frutos correspondientes.
Quizá el trecho recorrido ha sido extremadamente notable. Es decir, uno se ha hecho notar, consciente o inconscientemente. Lo cierto es que se esperan ciertas cosas de uno. Y a uno simplemente no se le da la gana.
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Llegada
Diez días después de haber arrojado al mundo la cursilería que citaba ayer, las cosas en mi interior respondían a situaciones muy distintas. El cuadernillo de notas de aquellos días comenzó a plagarse de reflexiones que evidenciaban cambios significativos en mi sitaución emocional. La aparente depresión amorosa era sustituida por una nueva presencia. El 19 de octubre de aquel 1998 hice un par de anotaciones tituladas "Llegada I" y "Llegada II". Transcribo aquí la segunda:
Llegas a darle a mis huesos una esperanza...Al final, esos mundos no importaron (al menos entonces).
Llegas a darla a la vida una posibilidad...
Abrir los ojos al despertar adquiere repentinamente un sentido curiosamente absurdo...
Llegas a adueñarte de la paz y reclamas atenciones inusuales...
El caos se apodera de todo: la locura reina...
... y todo te señala: ¡Culpable!
¿Qué quieres de mí?
¡Dueles!
¿Quién te llamó?
Quizá yo mismo te invoqué
cuando peddía al cielo la muerte...
Quizá eres tú quien ha de beber
hasta la última gota de sangre
... para luego
deborar uno a uno
mis huesos...
Y todo parece una broma...
No puedes beberme...
No puedes deborarme...
Tenemos mundos...
... otros mundos...
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Ingenuidades
En medio de esta apatía, en medio de estas ganas de nada, en medio de estas inercias que llevan siempre a algo... en medio de todo esto, intento y me consigo uno que otro espacio de oxígeno del pasado. Una dosis de exploración por el futuro. Una carga de anulación absoluta del presente (sea lo que éste pueda ser o significar). Particularmente esos momentáneos viajes al pasado suelen resultar interesantes, descubriendo siempre algo de mí que no entiendo, algo de mí que no me suena conocido. Palabras que las evidencias muestran salieron de mi puño mas, de no ser por esas contundentes señales, fácilmente negaría haber escrito yo. Aquí uno de esos cursis textos plagado de lugares comunes.
Me faltas...¿Hay acaso un lugar común más común que el de los amores ingenuos?
le faltas a mis ojos;
le faltan tus oídos a mis voz;
le faltan tus labios a mi boca
-sedienta, seca-
La soledad alarga los segundos...
Me faltas...
No sé quién seas...
No sé dónde estés...
No conozco tu nombre...
... pero me faltas
Faltas a mi lado
Faltas en mi cama
Estás sólo en mis sueños,
aferrados a tu posibilidad...
Octubre 9, 1998
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Si...
En medio de tantas preguntas e inquietudes, la ausencia se ha prolongado. Y no es que no tenga qué decir. Es simplemente que me faltan fuerzas para hacerlo. Decisión. Todo parece reducirse a una poderosa falta de voluntad. Lo curioso es que en el día a día la inercia nos lleva a vencer esa apatía. Uno está seguro de no tener ganas de nada. Y sin embargo siempre se acaba haciendo algo. Y de esos algos nos llenamos y acabamos saturados. Sin aire. Sin espacio para dejar que reinen las ganas de nada. Quizá esto no le suceda a todos. Quizá tenga que ver con ese gen del esfuerzo que a algunos nos insertan desde pequeños. No reniego. No se trata de volcarme contra mi historia ni contra el que soy. Es simple y sencillamente que a vaces me pregunto cómo sería si ciertas cosas fueran distintas.
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Preguntas
He estado lejos. Lejos de aquí. Lejos de mí. Lejos de todo. Y ya vuelvo. Y quisiera recuperar las palabras. Retomar mi viaje al pasado. Seguir la reconstrucción de ese que me observa desde el espejo.
Me he topado con mensajes fechados en enero de 2000, escritos de mi puño y letra en trozos de papel. Las preguntas de entonces se parecen tanto a las interrogantes de hoy.
«Muchas, demasiadas preguntas. Hasta ahora, ninguna respuesta. En el mejor de los casos, una interrogante se resuelve cuando se abren otras cinco, igual de complicadas, igual de trascendentes. No sé con exactitud en qué momento comenzó a crecer tanto este complejo árbol de preguntas. Lo cierto es que creo que respondiendo con calma a las primeras, las demás encontarán por su lado la salida.»Aquellas respuestas siguen sin aparecer. Pero hoy es evidente que eso me inquieta mucho menos que entonces.
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Espera
No tengo claro qué, pero sé que estoy esperando. ¿Es posible? Quizá espero saber qué he de esperar. Lo sé. Es trillado hasta como trabalenguas. Lo cierto es que estoy en blanco. No para escribir aquí. Eso podría hacerlo por horas, aunque fuese escribiendo sinsentidos y trivialidades. (No porque a mí me lo parezcan. Yo estoy convencido de la seriedad del asunto.) Estoy en blanco con respecto a qué sigue mañana. Con respecto a qué me espera a la esquina siguiente. Lo sé. En cierto modo todos lo estamos en mayor o menor grado. Pero cuando digo que estoy en blanco no estoy siendo exagerado ni pretendo usar la expresión como metáfora. Simple y sencillamente, estoy lleno de nada. Esperando.
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Incetridumbre
La gente no suele creerme cuando describo el trabajo que me cuesta tomar ciertas decisiones. Suelen identificarme como alguien que sabe lo que quiere. Alguien sin dificultades para enfrentar disyuntivas. Cierto que la mayoría de mis decisiones han dado buenos resultados. O al menos me he encargado de hacer que así parezca. Pero cada vez que, como ahora, la confusión sobre el futuro se apodera de mí, tiendo a paralizarme. Nuevamente, nadie lo nota. Parece que todo está bien. Mi serenidad es tal que contagia a los más atribulados. Y, sin embargo, por dentro las cosas no andan bien. El presente se resquebraja y no hay claridad sobre los caminos que se abren ante mí. Densas nubes cubren el horizonte.
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Incapacidad
Esta libreta digital se inició con un objetivo claro: decir lo que fuera de sus páginas nadie parece escuchar. Arrojar uno que otro grito al vacío. Hallar un sustituto para la falta de diálogo que permanentemente me acompaña. Corrijo: me persigue.
Hoy ha sido una de esas jornadas que justificarían con creces semejante propósito. Y, sin embargo, no logro escribir lo que quisiera lanzar al vacío de las ideas que pululan en el ciberespacio. Tanto me he acostumbrado a guardar las palabras que cuando las invito a salir permanecen tímidas en mi interior. Cuando mucho, una que otra asuma a eso que algunos llaman la punta de la lengua. Y me quedó así, incapaz de decir cuanto quisiera decir. Incapaz de describir la decepción. Incapaz de justificar lo defraudado que me siento. Incapaz de explicar mis sinsabores. Quizá es muy pronto. Quizá deban pasar unas horas, unos días, unos meses, para ser capaz de expresar tanta frustración acumulada.
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Pretextos
Esta entrada debió ser escrita y publicada ayer. Pero no fue. Se quedó archivada un rato en mi cerebro y no halló a tiempo la salida a través de estas torpes manos. Se le hizo tarde. Aunque dicen que para ciertas cosas nunca es tarde. Ésta entre ellas. Pues un día —o incluso dos— de diferencia no cambian realmente nada en este caso. Si acaso, colocarme una vez más ante mis incontables manías. Ponerme en evidencia una vez más a mí mismo. Recordarme lo enfermizas que pueden llegar a ser ciertas conductas. Como ésta. Esta necesidad de escribir y decir algo. Escribir porque la voz no alcanza. Escribir porque el llanto no se atreve a surgir. Escribir porque sí. Y también un poco ¿por qué no? porque no. Escribir sin ánimo de decir gran cosa. Escribir con el entusiasmo de saber que me dejo a mí mismo algún rastro. Alguna pista de esto que hoy cruza mi cabeza. Esto de lo que mañana probablemente no habrá seña. Por necesidad. Por capricho. Escribir para nadie. Escribir sencillamente con la esperanza de que algunos oídos escucharán este llamado de auxilio que no pretende sino poner en evidencia que algo tenía por decir.
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15 otra vez
Parece absolutamente natural que a los quince años uno evoque a la soledad con ánimo de convertirla en la única compañera para el resto de los días. En esa ansia de estar solos nos instalamos por largo tiempo. Unos más que otros. Al grado que algunos, quizá, no logramos superar esa necesidad de vivir por siempre acompañados simplemente de ausencias. Una soledad contradictoria, de esas que se vuelven terriblemente dolorosas pero sencillamente indispensables para seguir adelante.
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Copyright
Solemos sentirnos tan únicos. Tan originales. Y quizá lo seamos, pero sólo en cierta medida. Algo hay de ordinario en todos. Más de lo que usualmente creemos. Más de lo que nos han hecho creer. Basta leer un poco más allá de nuestras narices. Asomarnos con auténtica atención a los sonidos que emiten otros. Perdernos a ciegas en las miradas que nos bañan.
En este mundo donde somos tan iguales, es claro que las ideas no pueden tener realmente dueño. No sé si todo esté dicho. Pero sí estoy convencido de que lo que aún quede por decir, puede venir de unos o de otros. Y al final es irrelevante. Puede ser de cualquiera. Porque no somos tan distintos. Quiere simplemente el azar poner un día ciertas palabras en boca de alguien. Para unos segundos después permitir que todos nos reconozcamos en ellas.
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Instante
Un día llega pleno de luces, saturado de claridad; otro, cargado de sombras, atiborrado de oscuridades. Entre uno y otro, un sinfín de los unos y los otros. Y cada noche, llega el silencio. O debería llegar. O me gusta que llegue. Como sea. Una buena dosis de silencio al final del día ayuda para atenuar el brillo, para iluminar la penumbra. La gracia está en reconocer y dar su lugar a ese momento final del día. Ese instante de silencio, corto, largo, de un poco lo mismo. Ese segundo de realidad que pone las cosas en perspectiva.
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Refugio
Cuando dominan la incertidumbre del futuro y los sinsentidos del presente, las certezas del pasado, por escasas que sean, se convierten en el mejor refugio posible.
Quizá eso explique mis irrupciones en esta libreta de notas digitales.
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Ad líbitum
Un sonido. Una luz. Un suspiro. Una risa. Una lágrima. Un abrazo. Un prematuro rayo de verano. Un rezagado soplo de invierno.
Cualquier cosa es útil cuando se trata de recordarla. A ella o a cualquier otra. Al final todas son la misma persona. Esa que no existe a pesar de tantos rastros de su paso por mi propia existencia. Esa que no es nada a pesar de ser todo lo que me ha hecho posible subsistir.
Ya ha oscurecido. No hay rastro de eso que llamamos día. Solo noche. Infinita noche. Noche en la que habito desde... ¿siempre? Al menos desde que tengo memoria. Lo cual no es mucho decir.
Una sombra. Un silencio. Y el resto, esa mirada.
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15
Decía que no tengo claro en qué momento M se convirtió en el elemento central de mi vida. O al menos de buena parte de esa vida. Cierto, sería mentira decir que hoy sigue siéndolo. Aunque en el fondo tengo la impresión de que mucho de lo que soy aún se articula en torno a lo que M representa. Aunque no tenga claro el momento concreto, decía que fue la pubertad cuando las cosas tomaron claramente otro color. Entiendo que la edad pesa. También cuenta el hecho de no haberla visto muchos años. O al menos esa impresión tengo. Más allá de alguno que otro encuentro repentino, debió ser hacia los 13 o 14 años que la volví a encontrar realmente. No existen registros de aquellos días, así que donde digo 14 podrían ser 15.
Lo cierto es que una vez cumplidos los 15 (ella los 12 o 13, por lo tanto) las huellas de su paso son claras. Al menos parecen claras. De aquellos días sí que hay alguna nota o incluso algún dibujo en mis libretas. No los tengo a la mano pero debería darme tiempo para desenterrarlos. Con ello seguro se desenterrarían muchas cosas. Una letra puede significar muchas cosas. ¿Qué me atraía de ella? Es difícil decirlo con palabras. Nunca lo he tenido del todo claro. Creo que más que ella eran algunas cirncunstancias en torno a ella. Aunque es verdad que su sonrisa era (¿es?) lo suficientemente poderosa como para eclipsar cualquier otra cosa.
15 años. Hace siglos de eso. A ratos parece ayer. Pero la realidad es que hoy ya han pasado otros tantos y más todavía. ¿Qué sucedió desde entonces? La historia de M es una historia en fragmentos, construida en episodios breves y separados por largos periodos de tiempo. La realidad es simple: ni en los episodios ni en los espacios que les separaron, sucedió nunca nada.
Eso tendré que explicarlo con detalle, lo sé.
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M.
Se supone que la mejor forma de comenzar es siguiendo un orden cronológico. Otra alternativa es arrancar hablando sobre quien detonó realmente este viaje al pasado. Lo curioso es que ambas vías me llevan a empezar con la misma persona.
Intento hacer cuentas para registrar cuándo conocí a M. Seguramente yo tenía unos 6 años. Ella unos dos o tres menos. No estoy bromeando. Decir que la conocí entonces no significa que en ese momento hubiese surgido en mí ninguna idea —mucho menos sentimiento— que nos vinculara. Pero la referencia al momento es importante porque en algún momento había de conocerla.
Es difícil identificar en qué momento se convirtió en el eje de mi existencia. Pero así fue. Suena exagerado, lo sé. Pero es un hecho que en cierto momento todo comenzó a girar en torno a M. Si hago un esfuerzo, soy capaz de encontrar al menos un par de registros de su paso por mi niñez. Pero fue sin duda la pubertad la que trastocó nuestra historia —o, mejor dicho, mi historia en torno a ella, pues nunca se trató obviamente de «nuestra» historia—.
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Disculpa
Anoche resultó imposible venir aquí. Una tormenta de melancolía con buenas dosis de sonrisas se cruzó en mi camino. Hoy la cruda de nostalgia es mucha. Y aunque quisiera decir una o dos cosas no tengo mucha cabeza para hacerlo.
Quedan pues varios pendientes. Sacudir un poco la memoria. Desenpolvar algunos recuerdos. El plan es mañana presentar a algunos habitantes de mis recuerdos. A menos que nuevas sacudidas se atraviesen antes.
Desperdicio
Hoy cedo la palabra al pasado porque aplica bien en el presente. Una anotación fechada el 17 de octubre en una de mis libretas:
Tantas ocurrencias, tantas ideas... Y de pronto me da la impresión de que todo está dicho. Parace que todas las originales ocurrencias que me han invadido en tiempos recientes, están ya circulando, manoseadas y dichas por otros. Y entonces, ¿qué coño hago yo perdiendo el tiempo?
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A.
Han sido muchos los reencuentros digitales en los últimos meses. Quizá por ello me restulte difícil señalar cuál de todos detonó la idea. Quizá fueron todos un poco. Lo cierto es que han sido los repentinos reencuentros en persona los que han motivado concretar la ocurrencia. Mientras escribo, se aclara un tanto el panorama: es evidente que toparme con A fue lo que sin duda me hizo soltar la rienda a la imaginación... empezar a indagar el terreno de lo posible... invocar a las extravagancias de la adolescencia... recuperar algo de lo mucho que había ido quedando marginado en los confines de la memoria... Esos recuerdos recién rescatados del olvido me incitan a contar la historia. A reconstruir la historia. Las historias. Esas que nunca ocurrieron. Pero que esperan ser narradas. Ya empiezo, pues. Será cuestión primero de ir articulando a las protagonistas. Quizá será necesario bautizarlas para no enredarme, pues a base de iniciales las confusiones serían inevitables. Eso será. El próximo paso consistirá en asignar nombres. Y así comenzar el relato...
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Parloteo
Es evidente que en ocasiones hablo demasiado. Quizá en demasiadas ocasiones. Y creo que debería guardar un poco de silencio. A veces me canso a mí mismo de tanto parloteo. Y el silencio es tan valioso. ¿Qué no quiero escuchar que me refugio en tanto dicho? ¿De qué verdades me escondo cuando me oculto tras tantas palabras? Cualquier pauta da pie para que me suelte. Y no paro. Pero aquí, cuando decido escribir la nota del día, encuentro un instante de silencio aquí dentro. Un instante suficiente para darme cuenta de lo absurdo de tanto decir. Un instante suficiente para valorar el silencio y darme oportunidad de reformularme. Para cuidar de las palabras. Para prometerme ser más prudente conmigo mismo. Para no morir ahogado en tantas palabras que no dicen absolutamente nada.
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Justificación
No es que quiera publicar por publicar. En serio. Es sólo una forma de disciplinarme y no abandonar este cuaderno de notas. Porque me conozco. Y sé que un par de días sin escribir algo pueden ser el inicio del fin. Romper el compromiso que establecí conmigo mismo. Y habrá días como hoy en que simplemente no haya gran novedad. O no haya la inspiración suficiente. Pero sí la firme decisión de conservar el hábito recién instaurado hace un par de semanas. Como cuando en mi adolescencia acudía diariamente a alguna de mis tantas libretas que hacían las veces de diario. Porque al fin y al cabo de eso se trata este espacio. De contar con un diario que permita documentar la caída.
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Jodido y radiante
Hoy te están citando todos. Y con justa razón. Lo cierto, Maestro, es que nos dejaste suficientes palabras para recordarte. Para evocarte a través de ellas. Para utilizarlas cuando nos hagan falta porque, como le dice el cartero a Neruda, la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita. Y hoy aprovecho un texto tuyo, Mario, para rendirte homenaje y decir un poco cómo me siento: «estoy jodido / y radiante / quizá más lo primero / que lo segundo / y también / viceversa».
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B.
En estos días algo me ha hecho recordar a B. más que de costumbre. No sé si sean las lluvias, el cielo gris o simplemente algún capricho de la memoria. El caso es que algo me ha hecho recordarla. Y recordar lo que me dejó, que no son sino un puñado de recuerdos. Las caminatas interminables. Las eternas madrugadas. Unas cuantas canciones imposibles de olvidar. El sabor de la cerveza. Mi mirada perdida en su mirada evasiva. Y quizá también algunas lecciones. La posibilidad de saberme yo mismo. El hecho de que poco es mucho y es suficiente. La certeza de que aunque no esté aquí la llevo conmigo.
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Mentira
Hoy he vuelto a mentir. Y ha sido con la misma mentira de siempre. Y luego dicen que una mentira dicha mil veces se convierte en verdad. Para los demás, es cierto. Al menos así es en este caso. He mentido en ello tantas veces que no hay razón aparente para ponerlo en duda. Pero yo sé que no es cierto. La mentira dicha millones de veces permanece mentira siempre para quien la dice. Por más que se engañe, sabe que no es verdad. "Te he visto extraño últimamente. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo has estado?" A la pregunta de siempre sólo sé reaccionar con la respuesta de siempre. "Bien. Muy bien, de verdad."
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Propósito
Una mente saturada puede ser una dicha o una condena. Muchas posibilidades se arremolinan en la punta de mi lengua. Pero el exceso de las mismas ata, pesa demasiado. Avanzar con semejante carga resulta complicado. El inicio del relato esperará para mañana. O quizá para después. Mejor no prometo nada. Hoy el pasado acude una vez más cargado de trazos, líneas tenues pero sugerentes. Y con cada rastro de aquellos ayeres, las ramificaciones de potenciales narraciones se multiplican. Se reproducen a velocidades tales que uno quisiera comenzar mil historias. Mil relatos a la vez. Pero el resultado terminaría siendo algo tan desarticulado, tan incoherente, como este cuaderno virtual de notas. Así que me impongo utilizar la disciplina que me ha tenido escribiendo aquí a diario, para ordenar las ideas y darle sentido a este recién iniciado esfuerzo.
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Precisiones
Lo de ayer intentó ser un preámbulo. Pero hoy lo reviso y claramente me parece insuficiente. Creo que antes de iniciar el relato o el intento de relato, son necesarias precisiones adicionales. Decir algo, al menos algo, sobre el que esto escribe. Sobre quién ese. Sobre qué le identifica. Hay una nota de mí que comprendí hace unos seis o siete meses. Una nota que ayuda, si no a definirme, al menos a acercarme a una idea de mí. La idea de mí que hoy más me convence. Enamorado del amor. Esa es en tres palabras la cuestión central. Es una frase común, está claro. Y quizá pueda entenderse de diversos modos. Ya se irá viendo qué significa para mí. Pero al menos hoy, de entrada, sirve para trazar una idea de lo que ha movido los hilos de esta marioneta a lo largo de, al menos, un par de décadas. Como decía, ya se irá viendo.
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Preámbulo
En medio de mis crisis y angustias, quisiera ir encontrando espacio para una historia. No sé si "mi historia", pero sí al menos una parte de ella. Algunas partes de ella. Fragmentos que en los últimos tiempos una serie de casualidades o causalidades han puesto en mis narices. Trozos que parecen independientes pero que, a la distancia, se me antojan piezas de un rompecabezas fascinante. El pasado se arremolina frente a mí. Una a otra las memorias de aquello que fue y —sobre todo— aquello que pudo ser, aparecen desbocadas ante mi atónita mirada. Y quizá va siendo hora de contar algo de ello. Sirva este apunte como humilde preámbulo.
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Ensayo
Lo que me hace falta, sin duda, es un buen grito. Un desahogo. Intenso. Poderoso. Arrojado con fuerza a los cuatro vientos. Sin pensarlo. Sin darle muchas vueltas. (Como las que le doy ahora mismo, aquí, mientras escribo.) Dejar que corra el llanto. De impotencia. De coraje. De cansancio. Buscar abrazarme. Consolarme. Soltarme a llorar largo rato. Escucharme decir lo que tanto hace falta sea dicho. Pero me falta el valor. La fuerza. La decisión. Es la historia de toda la vida. Estas páginas no parecen suficientes para semejantes arrojos. Pero por ahora es lo único de que dispongo. Así que aquí dejo un primer intento. Un ensayo de grito. De desahogo.
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Fatal
Así es. En una palabra, así me siento. Fatal. Por dentro y por fuera. Hoy no sería suficiente amputarme el alma. Lo sé. Ni siquiera tendría sentido. Esperar. Que pase el sufrimiento. Porque pasa. O al menos eso dicen. Y eso me digo. Aunque sea para consolarme ingenuamente. Al final, hace falta esperar algo. Y entonces, espero.
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Bloqueo
De aquí para allá, como león enjaulado. ¿Has visto esas escenas en las que un sujeto va y viene sobre un pasillo en espera de que su esposa dé a luz? Algo así. Yendo y viniendo, de la mesa de trabajo a la cocina, una y otra vez. Agua. Galletas. Jugo. Barritas de cereal. Más agua. Otras galletas. Un vaso de vino tinto. Y la página sigue en blanco. Minutos. Horas. ¿Cómo diablos romper este bloqueo mental?
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Algo más
En principio parecería que hoy es uno de esos días que justifican la reciente creación de esta libreta virtual de notas. Y sin embargo, nada más abrir esta página vacía ha sido suficiente para quedar en blanco. Incapaz de explicar el llanto. Las causas más directas las comprendo, son claras. (No lo suficiente como para describirlas, pero sí son claras.) Pero no basta entender las razones para dar explicación de algo. Hace falta algo más. Un algo que por lo pronto no sé qué sea. Baste pues decir que hay días, como hoy, en que simplemente no entiendo. Quizás la confusión sea producto de la imponente luna llena.
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Reencuentro
Hasta ahora ha sido un inocente reencuentro virtual. Pero ello no quiere decir que haya sido menor y mucho menos insignificante. Quizá por el entorno. Quizá por su eneregía y derecho propio. Lo cierto es que ha sido un reencuentro —¿o son trazos de un reencuentro?— cargado de recuerdos. Recuerdos que a su vez han provocado ya una que otra reacción inesperada. Posiblemente porque aquella relación fue casi espiritual. Y en ese sentido curiosamente intensa. Memorable a pesar del empeño que los años habían puesto en borrar todo rastro de lo que fue. Así, hoy, en otro espacio, en otro tiempo, en otro mundo, la posibilidad de recuperar algo de aquella magia resulta genial.
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Opciones
La letra de una canción. Las notas de una melodía. Las imágenes de una película. Las escenas generadas en la mente por un puñado de letras, en un poema, un cuento o una novela. Una danza. Una interpretación muscial. Una pintura. Una escultura. ¿Qué sería de mi saturada mente si no fuese por estos potenciales liberadores de energía? Cuando todo está a tope, siempre hay a mano alguna de estas vías para volver a la tierra. O para permanecer lejos de ella.
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De público a privado
Escribir, lo he hecho desde siempre. Conservo registros escritos de mi temprana infancia (seis, siete años). Los más, se acumulan entre la adolescencia y los primeros años de juventud. Lo cierto es que escribir ha sido una necesidad de toda mi vida. Y hasta hace relativamente poco (un año, poco más) se trataba de una necesidad absolutamente privada. Desde su nacimiento, cada palabra sabía que estaría condenada a un cajón o a la profundidad de un disco duro. Hasta que me topé con los dichosos blogs.
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Hay días...
Hay días en que mis soledades se acumulan y parecen todo menos pequeñas. Días en que pesa más el alma. Días en que la soberbia hace que uno no deje de preguntarse por qué ha venido a parar a un mundo donde nadie es capaz de comprender. Para bien o para mal, la experiencia muestra que hasta de esos días uno se levanta.
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Los que soy, los que he sido y los que seré
Navegando por ahí, me topé con un texto que desató repentinamente mi atarantada memoria. Hace apenas unos días que arranqué este regreso. Y ya está quedando claro que era necesario. Urgente quizá. Y le llamo regreso porque hace un año y poco más comencé mi primer ejercicio en la blogósfera. Ejercicio que pronto mi inconsistencia condujo al fracaso a través del abandono. Hoy, después de más de doce meses, volví a echar una mirada a ese blog cuya dirección apenas recordaba. (Lo abrí con una cuenta de correo cuya dirección —y respectiva contraseña— ni siquera soy capaz de recordar.) Cuando lo reencontré, me di cuenta de que no era tan mal ejercicio. Parte de lo que entonces me motivó a inaugurarlo a perdido toda vigencia. Pero parte sigue latiendo. Y es eso que aún respira lo que hoy hace posible la expresión de estas pequeñas soledades.
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Visibilidad
Quizás te ha sucedido. Estás convencido de tener mil cosas que decir. Tienes la seguridad de que eso que te ocupa la cabeza debería ser compartido, conocido, puesto en común. No necesariamente buscando reconocimiento de nadie. Pero sí esperando que por fin caiga un rayo de luz sobre ese rincón que tanto tiempo ha pasado en las sombras.
Y cuando has vencido los obstáculos y estás a punto de lanzar esas ideas al mundo. Descubres que las sombras nunca fueron tales. Si acaso estaban empañados tus lentes. Resulta que aquello está más que dicho.
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¿Por qué?
Porque de pronto fueron ya demasiadas cosas. Porque el resto de las vías eran insuficientes o inapropiadas. Porque me parace atractiva la posibilidad de descubrir nuevos caminos, iniciar nuevos encuentros, desatar nuevas conversaciones. Porque mucho de lo que está por ser dicho merecía ser puesto a prueba. O al menos eso creo.
Todo lo dicho es cierto un poco. Pero quizá la verdadera razón es más simple: Porque me dio la gana.
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