Fingir

Esto ha llegado quizá demasiado lejos. Ya no sé quién soy. O lo sé, pero eso deja de lado al que deambula por las calles diciendo ser. Intentaré ponerlo claro, pero no garantizo nada. La cuestión es que he llagado a un punto en el que la identidad con la que he transitado por la vida me resulta lejana, ajena. Hablo en el sentido más amplio posible: no sé quién ese ese que dice ser yo. Que usa un nombre que me dieron al nacer. No entiendo sus motivos, sus razones. No comprendo qué lo mueve, por qué e dedica a lo que se dedica, por qué hace lo que hace. Lo entiendo sólo cuando se atreve a escucharse, pero lo hace poco. Me identifico con él cuando renuncia a las banalidades cotidianas, pero no lo hace con frecuencia. Lo comprendo cuando, fsatidiado de todo y de todos, se encierra en sí mismo intentando explorar un camino distinto. Pero nunca termina de hacerlo. Al final se pone el traje y la corbata y sale al mundo con cara de gente seria. Cierto, muchos gestos lo traicionan y revelan al loco que hay tras su mirada. Pero la gente suele creer que es su modo de caer bien, que son esos gestos los que le hacen simpático, diferente. No sospechan del anormal que hay detrás. Y yo siento que eso es sólo fingir. Y me cansa.

Voluntad

Así, sin aviso, las lágrimas se dejan venir sin más. Responden a la menor de las provocaciones, si es que acaso pudiera realmente considerárseles tales. Grotesco. Vale, quizá estoy siendo, para variar, muy violento conmigo. Sé que llorar no tiene nada de malo. No me juzgo por ello. Me juzgo quizá por la indecisión, por no actuar, por la falta de cojones, por la ausencia de voluntad. A ratos todo parace tan claro. Tan evidente. Y aún así las decisiones se quedan en algún rincón. Como si no supiera lo que debería hacer. Y aquí sigo, debatiendo conmigo mismo, estableciendo este eterno monólogo que no lleva a ninguna parte. O quizá sí. Quizá sin darme cuenta me ayuda a explorar el sentido de mi abulia. Pero sigo aquí, sin intervenir. El fin de semana se antoja como una buena oportunidad para tomar al toro por los cuernos. Veremos.

Llamado

Hace poco le decía a alguien que últimamente me fastidio a mi mismo de tanto escucharme quejándome, particularmente de mi situación laboral. Pero no sé hacia dónde mirar. No encuentro el camino. El bloqueo mental es permanente. Tengo claro que he cometido muchos errores últimamente. Y empiezan a brotar las consecuencias una tras otra. No sé simplemente qué hago aquí. No entiendo qué debería hacer. No estoy diciendo nada. Apenas hace unos segundos un miembro de mi equipo entró en mi oficina y arrojó un explosivo más. Nunca antes me había costado tanto trabajo integrar un equipo de trabajo. Y me siento tan cansado. Con tan poco ánimo. Paradójicamente lleno de esperanzas, creyendo que existen un sinfín de posibilidades. Pero no logro encontrar la fuerza ni las palabras para encarar el presente.

Al mismo tiempo, la paz de venir a este o a otros espacios en los que siento que puedo ser un poco yo mismo. Y entonces el temor —auténtico, no metafórico— de acabar en la esquizofrenia. Tan lejos. Tan incapaz de tomar las decisiones que seguramente son realmente necesarias.

[No se me ocurrió otro título para esta entrada. Quizá porque por primera vez escribo tan cerca del presente y tan necesitado de encontrar reacción del otro lado.]

Demasiado

Demasiado tiempo ausente. Demasiado silencio en contrate con tantas necesidades de decir. De sentirse escuchado. Demasiada evasión.

Va siendo hora de intentarlo de nuevo. Intentar acomodar las piezas disponibles. Darles alguna clase de forma. Intentarlo de nuevo. Intentar comprender un poco más quién soy, qué quiero y hacia dónde me muevo. No con ganas de encontrar todas las respuestas, por supuesto. Quizá sólo por el mero hecho de perderme con transparencia en las preguntas. Escuchar las posibles respuestas. Darme oportunidad de hablar con distintas voces. Todas mías. Aceptarme en todas mis facetas, con la esperanza de encontrarme a ratos en alguna de ellas sin despreciar el resto.

Vale. Sé que estoy divagando poco más que de costumbre. Sé además que estoy siendo un poco más simple que otras veces. Pero creo que también se vale. De eso justamente es de lo que intento hablar. De la necesidad urgente de dejar de cuestionarme tantas cosas. Aceptarme, decía.

Y comenzar a explorar con más apertura esta crisis que evidentemente atravieso. Crisis que posiblemente sea permanente, aunque sólo a ratos se revele con claridad. Crisis necesaria. Crisis en la que encuentro el sentido, por llamarle de alguna manera a esa chispa que le permite a uno seguir adelante. Crisis que hoy me dificulta comprender qué diantres es real y qué es ficción o fantasía. Sí. Llevo ya días preguntándome sobre eso. Sobre la realidad. Y no acierto. Sobre eso quisiera explorar en estos días. Ya veré si lo logro.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.