Un día llega pleno de luces, saturado de claridad; otro, cargado de sombras, atiborrado de oscuridades. Entre uno y otro, un sinfín de los unos y los otros. Y cada noche, llega el silencio. O debería llegar. O me gusta que llegue. Como sea. Una buena dosis de silencio al final del día ayuda para atenuar el brillo, para iluminar la penumbra. La gracia está en reconocer y dar su lugar a ese momento final del día. Ese instante de silencio, corto, largo, de un poco lo mismo. Ese segundo de realidad que pone las cosas en perspectiva.
0 comentarios:
Publicar un comentario