Es curioso ver alinearse de pronto los perfiles de esas mujeres que han dado cimientos a mi biografía amorosa. Resulta una aventura preguntarme acerca de ellas y responderme con los fragmentos que han dejado sin saber que a ratos me dedico a recogerlos. Armo así algunos rompecabezas que sin duda están lejos de ser la realidad, pero que extrañamente se convierten en un nuevo alimento para mis sueños.

Pronto he de hacer algo con esas piezas. Me divierte pensar que una de ellas esté en tal lugar, sin saber que en la mesa de a lado se ríe otro de mis viejos amores. O que una de ellas celebra su aniversario al mismo tiempo que yo conmemoro una ruptura. O que alguna otra suelte un comentario que tantas veces soñé susurrarle al oído. O descubrir las fotos en que sonríen a lado de sus parejas y... No, honestamente esto no me divierte tanto.

Y aquí sigo. Enamorado de la idea de estar enamorado. Dispuesto a volver al refugio de un amor por voluntad. Pero también convencido de la urgente necesidad de conservar todos los otros amores aunque sea inventándome una historia que nadie leerá.

Amor propio

En algún lado lo dije, aunque ahora mismo no recuerde dónde ni cuándo. Pero el hecho es que te extraño mirándome con ese deseo que sabía encenderme. (Solo evocar esa mirada, me eriza la piel, y más.) Extraño esa forma de reaccionar que tenía mi boca cuando te acercabas. Extraño esa forma de perder el control. Al final, es puro amor propio. Porque, si te das cuenta, no te extraño a ti por lo que eres sino por el que yo era estando cerca de ti. Y de pronto me asomo a algún rincón de esos que compartimos, esperando una señal de que también tú extrañas algo. Una señal de que te duele, que te duelo. Pero no. Y entonces me invento que ese silencio, esa desaparición, es justamente resultado de mi ausencia que te hace ocultarte de mí. Y quizá sea mejor así. Porque más me vale concentrarme en otras cosas, dar vuelta a esta página, sin dejar de agradecerte ese paso fugaz por mi vida.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.