Parece absolutamente natural que a los quince años uno evoque a la soledad con ánimo de convertirla en la única compañera para el resto de los días. En esa ansia de estar solos nos instalamos por largo tiempo. Unos más que otros. Al grado que algunos, quizá, no logramos superar esa necesidad de vivir por siempre acompañados simplemente de ausencias. Una soledad contradictoria, de esas que se vuelven terriblemente dolorosas pero sencillamente indispensables para seguir adelante.
La Güeris friolenta
Hace 2 meses
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