Suspensión

Este espacio entra en un periodo de suspensión de actividades. No se trata de un abandono de esos que me llevan a alejarme de aquí sin motivo. Se trata de una suspensión consciente de labores. El motivo es que pienso dedicarme a escribir. Esta semana pasé largas horas revisando todo lo que he publicado aquí y en un puñado más de rincones virtuales. Con las piezas armé un pequeño bosquejo de algo que finalmente empieza a tomar forma. Y quiero dedicarme ahora a alimentar ese proyecto. Dejaré de escribir uno tiempo aquí para ponerme a escribir un proyecto que he venido imaginando hace un par de años. En cuanto tenga noticias de ello, me leerán de nuevo por aquí.

Miradas

Nos miramos durante toda la noche, aunque nunca estuvimos a menos de tres metros de distancia. Nos miramos y nunca cruzamos palabra alguna. Mientras nos observábamos, nos enamoramos y comenzamos, cada uno por nuestro lado, a construir nuestra historia juntos. Conocimos nuestros encantos y exploramos nuestros puntos débiles. Encontramos que la gente hablaría de nosotros como una hermosa pareja. Supimos que en más de un aspecto éramos lo que estábamos buscando, cada uno a nuestro modo. Pero descubrimos también que, al final, lo nuestro no iba a funcionar. Comprendimos que la historia sería breve y que, llegado el día, terminaríamos haciéndonos mucho daño. Así, esa noche, sin cruzar palabra, edificamos un idilio que terminó sin cruzar una sola palabra, pues bastaron las miradas.

Pasado

Ciertos encuentros te devuelven un pasado que tu presente ignora. Los resultados pueden ser muy diversos.

En la mayoría de esos encuentros, la primer reacción es sonrojarte al reconocer que las miradas te traicionan. Temes que cuando tu presente te mire, descubrirá en la evasión de tus ojos una felicidad que no conocieron juntos, un entusiasmo que no compartieron. Sabrá con certeza que fuiste feliz en otros tiempos y tendrá que reconocer la mentira detrás de todos esos "contigo descubrí la felicidad" que pronunciaste.

Futuro

Ayer conversaba con una amiga acerca de mi incapacidad para imaginar el futuro. El mismo tema surgió de pronto esta mañana con una de mis colaboradoras en la oficina. En ambos casos, compartía que me cuesta mucho trabajo visualizarme hacia adelante. Puedo imaginar, cierto, algunas cuantas cosas concretas. Pero eso de trazar planes a un año o dos, ya me resulta bastante complicado. Pocas preguntas me complican más la vida que aquello de "¿cómo te visualizas dentro de diez años?" Admito que suelo escapar recurriendo a lugares comunes para salir del atoro.

Hacia el medio día, dejando que la mente vagara un poco y haciendo la periódica revisión de blogs, me topé con un bello texto titulado justamente El Futuro. Además de emocionarme ante tan sentida reflexión, encontré en esas palabras una pieza importante para comprender mis dificultades para imaginar un mañana. No digo que el amor de una pareja sea la única respuesta posible, pero admito que juega un papel importante. Supongo que cuando se tiene a alguien para soñar e imaginar, el futuro adquiere mayor sentido. Y lo supongo no solo por lo que afirman otros, sino porque creo que también yo lo he experimentado en algún momento.

Comprendí también por qué hoy me resulta tan complicado hablar de mañana. Y comprobé entonces que ciertas suposiciones sobre mi estatus presente adquieren calridad a la luz de semejante razonamiento. Ahora bien: una vez llegado a estas conclusiones, ¿qué se hace?

Interpretaciones

Con frecuencia olvido que las palabras son arma de incontables filos. Por más que uno se esfuerce en darles una dirección, nunca sabe el sentido que tomarán en la mente de otros. Y cuando uno ni siquiera pretende darles una intención o no busca un efecto concrero en terceros, la situación queda fuera de control. Y vaya que aquí —y en otros lados— he apostado por ser críptico o al menos no he tenido la menor intención de ser cuidadoso para especificar de qué o de quiénes hablo. Cuando por conducto de alguno de mis escasos lectores me entero de las interpretaciones que se llegan a dar a mis palabras, no sé si molestarme o simplemente asumirlo como consecuencia natural de la vía que he elegido para poner en común ciertos pensamientos. Evidentemente me inclino por la segunda. Claro que quisiera evitar que las interpretaciones erróneas tengan efectos en la vida de alguien. Sin embargo esa esperanza no es suficiente para renunciar a algo que vengo haciendo por convicción. Es curioso, pero creo que el silencio contundente de quienes por azar o con intención llegan a leer estos disparates, me ha dejado a veces con la sensación de que nadie lee cuanto escribo aquí.

Un año...

"Let's take it nice 'n easy...". La voz de Frank Sinatra cantaba inigualable aquella noche. Y mientras te miraba mirarme como sólo tú has sabido hacerlo, me di cuenta el sentido que las palabras de aquella canción adquirían en ese momento. "... it's gonna be so easy / for us to fall in love...", canté mientras quería decir algo más. Pronto nos daríamos cuenta de que las palabras salían sobrando. Pero esa noche quisimos tomarnos en serio el consejo de Sinatra y llevarlo todo lentamente, seguros de que las cosas encontrarían su curso si íbamos con calma. Un par de semanas fueron suficientes para descubrir que el sabio consejo nos quedaba corto: nuestros labios, nuestras manos, no entendían aquello de ir lento. Fácil, resultó sin duda. Tan fácil que ninguno nos dimos cuenta en qué momento pasó todo.

¿Qué pasó después? Me he preguntado muchas veces por qué las cosas tuvieron que salirse de control. Por qué terminé conduciendo nuestro idilio al fracaso. Seis meses. Seis meses me bastaron para terminar algo que, estoy seguro, ninguno de los dos conoció antes ni habrá de conocer después. ¿Qué pasó entonces?

Hoy, un año después, me duele pensarlo. Y me obligo a un examen en voz alta —aunque la voz alta sea ésta que nunca habrás de escuchar—. Un examen que me lleva sin más a reconocer mi responsabilidad en este juego que nos llevó a tocar el cielo y después terminó hundiéndonos en el mismo pantano que hace más de una década nos llevó a dejarnos atrás. Fueron las cosas tan distintas y terminaron en el mismo sitio que las habíamos dejado.

No. Miento. Las cosas no quedaron en el mismo lugar. Dimos unos cuantos pasos que borraron por completo aquella historia casi adolescente. Las razones que entonces tuviste para juzgarme, se transformaron por completo. A tal grado que si hoy merezco un sitio en tu memoria, poco tiene que ver mi recuerdo con lo que intentamos ser hace tantos años. En cambio, tenemos hoy la piel plagada de huellas. Mi boca conserva sabores que difícilmente borrará cualquier boca.

Una noche, cuando apenas empezábamos a explorar el nuevo encuentro, dijiste algo sobre la música que ponía cada noche al llevarte a casa. Dije que te grabaría algunas de esas canciones y me pediste que no lo hiciera: "No quiero relacionarte después con esa música". No queríamos anclajes que nos llevaran a pensar irremediablemente en el otro teniéndolo lejos. Y, sin embargo, hoy esos anclajes son todavía tan profundos.

Un año desde que te encontré de nuevo. Y seis meses de que te dije adiós, sin lograr explicar del todo mis motivos. Lo esperabas, es claro. Supongo que mis señales previas habían resultado demasiado obvias, no así los motivos, que en el fondo nunca expliqué con claridad. Lo cierto es que preferí huir cuando las cosas parecían escapar de mi control. Y no me di cuenta de todo lo que vendría después: lo doloroso que me resulta escuchar esa música que yo mismo me anclé y que a diario me obliga a pensarte. Me encargué de llenar mi mundo de señales para recordarte. Y vaya que han funcionado.

Hoy, no sé nada de ti. Y me pregunto con frecuencia cómo estarás y qué habrá sido de tu vida después de que nos despedimos hace seis meses. Y, digámoslo claramente: te extraño. Resultó tan fácil enamorarnos de nuevo. Hoy, aplico algunos cálculos: si entonces me costó dos meses "borrar" las huellas de 18 días, ¿cuánto me falta para dejar atrás esos seis meses de cielo que iniciaron hace un año? Las matemáticas sentencian que casi un año más me tocará entonces extrañarte. Supongo que sobreviviré.

Por lo pronto, a un año de distancia, solo puedo una vez más agradecer lo que vivimos. Claro, agradecer en mi interior, pues sé que nunca habrás de leer estas líneas, condenadas como siempre al olvido.

Qué ganas...

¡Qué ganas de contar nuestra historia! ¿Nuestra? Sí: nuestra. Esa historia que comenzó, no tengo la menor duda, cuando se separó a la luz de las tinieblas, creándose el día y la noche. Separados para siempre. Sin remedio. Y sin poder vivir el uno sin el otro. Desde aquel día, nuestra historia ha sido el eterno relato del desencuentro. Imposible estar juntos más allá de un instante. No ha sido miedo lo que nos ha detenido cuando, estando uno frente a otro, nos hemos dado la vuelta. Ha sido la conciencia. Conciencia que nos traicionó una vez. Esa vez que aún seguimos pagando, echándonos de menos a ratos. Llegamos a estar tan cerca de ser uno. Confieso que yo mismo creí que lo habíamos logrado. Con esa ingenua creencia navegué un instante que se convirtió en meses. Hasta que abrimos los ojos y nos encontramos de espaldas, como siempre, sabiendo que mirarnos frente a frente terminaría condenándonos a una soledad que nunca acabaría. Así que por turnos nos obsequiamos una mirada a escondidas. Intentando dejarnos una pista para saber que aquel reto a la conciencia había sido real. Pero la luz y las tinieblas hicieron su trabajo y borraron todo lo que nos quedaba para recordar. ¿Todo? No, no todo. Quedaron estelas que apenas nos susurran una melodía que ambos sabemos recordar sin saber de dónde ni de cuándo. Mucho menos de quiénes. Y, sin embargo, esa melodía no deja de sonar en nuestros oídos. Tendrías que admitirlo. Y no lo harás. Has encontrado que ignorar es un buen remedio. O al menos eso has querido creer. Y cuando jugamos a creernos las cosas, se vuelven ciertas. Yo, en cambio, no encuentro un juego en el que no aparezca tu recuerdo. Ese recuerdo que no tiene rostro pero que no deja de mirarme. Ese recuerdo que no tiene manos y, sin embargo, se aferra a mi piel salvajemente. ¡Qué ganas de contar nuestra historia! Pero apenas recuerdo tu nombre. He llegado a creer que el que uso para invocarte me lo he inventado yo mismo. ¿Supimos algún día nuestros nombres? El tiempo que logramos vencer al destino y nos jugamos los cuerpos, no hicieron falta palabras. Mucho menos nombres. Y, sin embargo, cuando te pienso siempre tienes nombre. No sé si sea siempre el mismo, porque siempre me resulta nuevo, como nueva me resulta tu sonrisa. Y tu risa. Tu risa. Quizá sea ella la única evidencia de aquellas noches. O quizá, por supuesto, es también una invención. Como tu nombre. Una invención para darme a mí mismo al menos una certeza. Porque si fuiste un sueño, mi propia existencia carece de sentido. ¡Qué ganas de contar nuestra historia! Pero para que mi relato tenga sentido, supongo que tendremos que vivirla algún día.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.