15 otra vez

Parece absolutamente natural que a los quince años uno evoque a la soledad con ánimo de convertirla en la única compañera para el resto de los días. En esa ansia de estar solos nos instalamos por largo tiempo. Unos más que otros. Al grado que algunos, quizá, no logramos superar esa necesidad de vivir por siempre acompañados simplemente de ausencias. Una soledad contradictoria, de esas que se vuelven terriblemente dolorosas pero sencillamente indispensables para seguir adelante.

Copyright

Solemos sentirnos tan únicos. Tan originales. Y quizá lo seamos, pero sólo en cierta medida. Algo hay de ordinario en todos. Más de lo que usualmente creemos. Más de lo que nos han hecho creer. Basta leer un poco más allá de nuestras narices. Asomarnos con auténtica atención a los sonidos que emiten otros. Perdernos a ciegas en las miradas que nos bañan.

En este mundo donde somos tan iguales, es claro que las ideas no pueden tener realmente dueño. No sé si todo esté dicho. Pero sí estoy convencido de que lo que aún quede por decir, puede venir de unos o de otros. Y al final es irrelevante. Puede ser de cualquiera. Porque no somos tan distintos. Quiere simplemente el azar poner un día ciertas palabras en boca de alguien. Para unos segundos después permitir que todos nos reconozcamos en ellas.

Instante

Un día llega pleno de luces, saturado de claridad; otro, cargado de sombras, atiborrado de oscuridades. Entre uno y otro, un sinfín de los unos y los otros. Y cada noche, llega el silencio. O debería llegar. O me gusta que llegue. Como sea. Una buena dosis de silencio al final del día ayuda para atenuar el brillo, para iluminar la penumbra. La gracia está en reconocer y dar su lugar a ese momento final del día. Ese instante de silencio, corto, largo, de un poco lo mismo. Ese segundo de realidad que pone las cosas en perspectiva.

Refugio

Cuando dominan la incertidumbre del futuro y los sinsentidos del presente, las certezas del pasado, por escasas que sean, se convierten en el mejor refugio posible.

Quizá eso explique mis irrupciones en esta libreta de notas digitales.

Ad líbitum

Un sonido. Una luz. Un suspiro. Una risa. Una lágrima. Un abrazo. Un prematuro rayo de verano. Un rezagado soplo de invierno.

Cualquier cosa es útil cuando se trata de recordarla. A ella o a cualquier otra. Al final todas son la misma persona. Esa que no existe a pesar de tantos rastros de su paso por mi propia existencia. Esa que no es nada a pesar de ser todo lo que me ha hecho posible subsistir.

Ya ha oscurecido. No hay rastro de eso que llamamos día. Solo noche. Infinita noche. Noche en la que habito desde... ¿siempre? Al menos desde que tengo memoria. Lo cual no es mucho decir.

Una sombra. Un silencio. Y el resto, esa mirada.

15

Decía que no tengo claro en qué momento M se convirtió en el elemento central de mi vida. O al menos de buena parte de esa vida. Cierto, sería mentira decir que hoy sigue siéndolo. Aunque en el fondo tengo la impresión de que mucho de lo que soy aún se articula en torno a lo que M representa. Aunque no tenga claro el momento concreto, decía que fue la pubertad cuando las cosas tomaron claramente otro color. Entiendo que la edad pesa. También cuenta el hecho de no haberla visto muchos años. O al menos esa impresión tengo. Más allá de alguno que otro encuentro repentino, debió ser hacia los 13 o 14 años que la volví a encontrar realmente. No existen registros de aquellos días, así que donde digo 14 podrían ser 15.

Lo cierto es que una vez cumplidos los 15 (ella los 12 o 13, por lo tanto) las huellas de su paso son claras. Al menos parecen claras. De aquellos días sí que hay alguna nota o incluso algún dibujo en mis libretas. No los tengo a la mano pero debería darme tiempo para desenterrarlos. Con ello seguro se desenterrarían muchas cosas. Una letra puede significar muchas cosas. ¿Qué me atraía de ella? Es difícil decirlo con palabras. Nunca lo he tenido del todo claro. Creo que más que ella eran algunas cirncunstancias en torno a ella. Aunque es verdad que su sonrisa era (¿es?) lo suficientemente poderosa como para eclipsar cualquier otra cosa.

15 años. Hace siglos de eso. A ratos parece ayer. Pero la realidad es que hoy ya han pasado otros tantos y más todavía. ¿Qué sucedió desde entonces? La historia de M es una historia en fragmentos, construida en episodios breves y separados por largos periodos de tiempo. La realidad es simple: ni en los episodios ni en los espacios que les separaron, sucedió nunca nada.

Eso tendré que explicarlo con detalle, lo sé.

M.

Se supone que la mejor forma de comenzar es siguiendo un orden cronológico. Otra alternativa es arrancar hablando sobre quien detonó realmente este viaje al pasado. Lo curioso es que ambas vías me llevan a empezar con la misma persona.

Intento hacer cuentas para registrar cuándo conocí a M. Seguramente yo tenía unos 6 años. Ella unos dos o tres menos. No estoy bromeando. Decir que la conocí entonces no significa que en ese momento hubiese surgido en mí ninguna idea —mucho menos sentimiento— que nos vinculara. Pero la referencia al momento es importante porque en algún momento había de conocerla.

Es difícil identificar en qué momento se convirtió en el eje de mi existencia. Pero así fue. Suena exagerado, lo sé. Pero es un hecho que en cierto momento todo comenzó a girar en torno a M. Si hago un esfuerzo, soy capaz de encontrar al menos un par de registros de su paso por mi niñez. Pero fue sin duda la pubertad la que trastocó nuestra historia —o, mejor dicho, mi historia en torno a ella, pues nunca se trató obviamente de «nuestra» historia—.

Disculpa

Anoche resultó imposible venir aquí. Una tormenta de melancolía con buenas dosis de sonrisas se cruzó en mi camino. Hoy la cruda de nostalgia es mucha. Y aunque quisiera decir una o dos cosas no tengo mucha cabeza para hacerlo.

Quedan pues varios pendientes. Sacudir un poco la memoria. Desenpolvar algunos recuerdos. El plan es mañana presentar a algunos habitantes de mis recuerdos. A menos que nuevas sacudidas se atraviesen antes.

Desperdicio

Hoy cedo la palabra al pasado porque aplica bien en el presente. Una anotación fechada el 17 de octubre en una de mis libretas:

Tantas ocurrencias, tantas ideas... Y de pronto me da la impresión de que todo está dicho. Parace que todas las originales ocurrencias que me han invadido en tiempos recientes, están ya circulando, manoseadas y dichas por otros. Y entonces, ¿qué coño hago yo perdiendo el tiempo?

A.

Han sido muchos los reencuentros digitales en los últimos meses. Quizá por ello me restulte difícil señalar cuál de todos detonó la idea. Quizá fueron todos un poco. Lo cierto es que han sido los repentinos reencuentros en persona los que han motivado concretar la ocurrencia. Mientras escribo, se aclara un tanto el panorama: es evidente que toparme con A fue lo que sin duda me hizo soltar la rienda a la imaginación... empezar a indagar el terreno de lo posible... invocar a las extravagancias de la adolescencia... recuperar algo de lo mucho que había ido quedando marginado en los confines de la memoria... Esos recuerdos recién rescatados del olvido me incitan a contar la historia. A reconstruir la historia. Las historias. Esas que nunca ocurrieron. Pero que esperan ser narradas. Ya empiezo, pues. Será cuestión primero de ir articulando a las protagonistas. Quizá será necesario bautizarlas para no enredarme, pues a base de iniciales las confusiones serían inevitables. Eso será. El próximo paso consistirá en asignar nombres. Y así comenzar el relato...

Parloteo

Es evidente que en ocasiones hablo demasiado. Quizá en demasiadas ocasiones. Y creo que debería guardar un poco de silencio. A veces me canso a mí mismo de tanto parloteo. Y el silencio es tan valioso. ¿Qué no quiero escuchar que me refugio en tanto dicho? ¿De qué verdades me escondo cuando me oculto tras tantas palabras? Cualquier pauta da pie para que me suelte. Y no paro. Pero aquí, cuando decido escribir la nota del día, encuentro un instante de silencio aquí dentro. Un instante suficiente para darme cuenta de lo absurdo de tanto decir. Un instante suficiente para valorar el silencio y darme oportunidad de reformularme. Para cuidar de las palabras. Para prometerme ser más prudente conmigo mismo. Para no morir ahogado en tantas palabras que no dicen absolutamente nada.

Justificación

No es que quiera publicar por publicar. En serio. Es sólo una forma de disciplinarme y no abandonar este cuaderno de notas. Porque me conozco. Y sé que un par de días sin escribir algo pueden ser el inicio del fin. Romper el compromiso que establecí conmigo mismo. Y habrá días como hoy en que simplemente no haya gran novedad. O no haya la inspiración suficiente. Pero sí la firme decisión de conservar el hábito recién instaurado hace un par de semanas. Como cuando en mi adolescencia acudía diariamente a alguna de mis tantas libretas que hacían las veces de diario. Porque al fin y al cabo de eso se trata este espacio. De contar con un diario que permita documentar la caída.

Jodido y radiante

Hoy te están citando todos. Y con justa razón. Lo cierto, Maestro, es que nos dejaste suficientes palabras para recordarte. Para evocarte a través de ellas. Para utilizarlas cuando nos hagan falta porque, como le dice el cartero a Neruda, la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita. Y hoy aprovecho un texto tuyo, Mario, para rendirte homenaje y decir un poco cómo me siento: «estoy jodido / y radiante / quizá más lo primero / que lo segundo / y también / viceversa».

B.

En estos días algo me ha hecho recordar a B. más que de costumbre. No sé si sean las lluvias, el cielo gris o simplemente algún capricho de la memoria. El caso es que algo me ha hecho recordarla. Y recordar lo que me dejó, que no son sino un puñado de recuerdos. Las caminatas interminables. Las eternas madrugadas. Unas cuantas canciones imposibles de olvidar. El sabor de la cerveza. Mi mirada perdida en su mirada evasiva. Y quizá también algunas lecciones. La posibilidad de saberme yo mismo. El hecho de que poco es mucho y es suficiente. La certeza de que aunque no esté aquí la llevo conmigo.

Mentira

Hoy he vuelto a mentir. Y ha sido con la misma mentira de siempre. Y luego dicen que una mentira dicha mil veces se convierte en verdad. Para los demás, es cierto. Al menos así es en este caso. He mentido en ello tantas veces que no hay razón aparente para ponerlo en duda. Pero yo sé que no es cierto. La mentira dicha millones de veces permanece mentira siempre para quien la dice. Por más que se engañe, sabe que no es verdad. "Te he visto extraño últimamente. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo has estado?" A la pregunta de siempre sólo sé reaccionar con la respuesta de siempre. "Bien. Muy bien, de verdad."

Propósito

Una mente saturada puede ser una dicha o una condena. Muchas posibilidades se arremolinan en la punta de mi lengua. Pero el exceso de las mismas ata, pesa demasiado. Avanzar con semejante carga resulta complicado. El inicio del relato esperará para mañana. O quizá para después. Mejor no prometo nada. Hoy el pasado acude una vez más cargado de trazos, líneas tenues pero sugerentes. Y con cada rastro de aquellos ayeres, las ramificaciones de potenciales narraciones se multiplican. Se reproducen a velocidades tales que uno quisiera comenzar mil historias. Mil relatos a la vez. Pero el resultado terminaría siendo algo tan desarticulado, tan incoherente, como este cuaderno virtual de notas. Así que me impongo utilizar la disciplina que me ha tenido escribiendo aquí a diario, para ordenar las ideas y darle sentido a este recién iniciado esfuerzo.

Precisiones

Lo de ayer intentó ser un preámbulo. Pero hoy lo reviso y claramente me parece insuficiente. Creo que antes de iniciar el relato o el intento de relato, son necesarias precisiones adicionales. Decir algo, al menos algo, sobre el que esto escribe. Sobre quién ese. Sobre qué le identifica. Hay una nota de mí que comprendí hace unos seis o siete meses. Una nota que ayuda, si no a definirme, al menos a acercarme a una idea de mí. La idea de mí que hoy más me convence. Enamorado del amor. Esa es en tres palabras la cuestión central. Es una frase común, está claro. Y quizá pueda entenderse de diversos modos. Ya se irá viendo qué significa para mí. Pero al menos hoy, de entrada, sirve para trazar una idea de lo que ha movido los hilos de esta marioneta a lo largo de, al menos, un par de décadas. Como decía, ya se irá viendo.

Preámbulo

En medio de mis crisis y angustias, quisiera ir encontrando espacio para una historia. No sé si "mi historia", pero sí al menos una parte de ella. Algunas partes de ella. Fragmentos que en los últimos tiempos una serie de casualidades o causalidades han puesto en mis narices. Trozos que parecen independientes pero que, a la distancia, se me antojan piezas de un rompecabezas fascinante. El pasado se arremolina frente a mí. Una a otra las memorias de aquello que fue y —sobre todo— aquello que pudo ser, aparecen desbocadas ante mi atónita mirada. Y quizá va siendo hora de contar algo de ello. Sirva este apunte como humilde preámbulo.

Ensayo

Lo que me hace falta, sin duda, es un buen grito. Un desahogo. Intenso. Poderoso. Arrojado con fuerza a los cuatro vientos. Sin pensarlo. Sin darle muchas vueltas. (Como las que le doy ahora mismo, aquí, mientras escribo.) Dejar que corra el llanto. De impotencia. De coraje. De cansancio. Buscar abrazarme. Consolarme. Soltarme a llorar largo rato. Escucharme decir lo que tanto hace falta sea dicho. Pero me falta el valor. La fuerza. La decisión. Es la historia de toda la vida. Estas páginas no parecen suficientes para semejantes arrojos. Pero por ahora es lo único de que dispongo. Así que aquí dejo un primer intento. Un ensayo de grito. De desahogo.

Fatal

Así es. En una palabra, así me siento. Fatal. Por dentro y por fuera. Hoy no sería suficiente amputarme el alma. Lo sé. Ni siquiera tendría sentido. Esperar. Que pase el sufrimiento. Porque pasa. O al menos eso dicen. Y eso me digo. Aunque sea para consolarme ingenuamente. Al final, hace falta esperar algo. Y entonces, espero.

Bloqueo

De aquí para allá, como león enjaulado. ¿Has visto esas escenas en las que un sujeto va y viene sobre un pasillo en espera de que su esposa dé a luz? Algo así. Yendo y viniendo, de la mesa de trabajo a la cocina, una y otra vez. Agua. Galletas. Jugo. Barritas de cereal. Más agua. Otras galletas. Un vaso de vino tinto. Y la página sigue en blanco. Minutos. Horas. ¿Cómo diablos romper este bloqueo mental?

Algo más

En principio parecería que hoy es uno de esos días que justifican la reciente creación de esta libreta virtual de notas. Y sin embargo, nada más abrir esta página vacía ha sido suficiente para quedar en blanco. Incapaz de explicar el llanto. Las causas más directas las comprendo, son claras. (No lo suficiente como para describirlas, pero sí son claras.) Pero no basta entender las razones para dar explicación de algo. Hace falta algo más. Un algo que por lo pronto no sé qué sea. Baste pues decir que hay días, como hoy, en que simplemente no entiendo. Quizás la confusión sea producto de la imponente luna llena.

Reencuentro

Hasta ahora ha sido un inocente reencuentro virtual. Pero ello no quiere decir que haya sido menor y mucho menos insignificante. Quizá por el entorno. Quizá por su eneregía y derecho propio. Lo cierto es que ha sido un reencuentro —¿o son trazos de un reencuentro?— cargado de recuerdos. Recuerdos que a su vez han provocado ya una que otra reacción inesperada. Posiblemente porque aquella relación fue casi espiritual. Y en ese sentido curiosamente intensa. Memorable a pesar del empeño que los años habían puesto en borrar todo rastro de lo que fue. Así, hoy, en otro espacio, en otro tiempo, en otro mundo, la posibilidad de recuperar algo de aquella magia resulta genial.

Opciones

La letra de una canción. Las notas de una melodía. Las imágenes de una película. Las escenas generadas en la mente por un puñado de letras, en un poema, un cuento o una novela. Una danza. Una interpretación muscial. Una pintura. Una escultura. ¿Qué sería de mi saturada mente si no fuese por estos potenciales liberadores de energía? Cuando todo está a tope, siempre hay a mano alguna de estas vías para volver a la tierra. O para permanecer lejos de ella.

De público a privado

Escribir, lo he hecho desde siempre. Conservo registros escritos de mi temprana infancia (seis, siete años). Los más, se acumulan entre la adolescencia y los primeros años de juventud. Lo cierto es que escribir ha sido una necesidad de toda mi vida. Y hasta hace relativamente poco (un año, poco más) se trataba de una necesidad absolutamente privada. Desde su nacimiento, cada palabra sabía que estaría condenada a un cajón o a la profundidad de un disco duro. Hasta que me topé con los dichosos blogs.

Hay días...

Hay días en que mis soledades se acumulan y parecen todo menos pequeñas. Días en que pesa más el alma. Días en que la soberbia hace que uno no deje de preguntarse por qué ha venido a parar a un mundo donde nadie es capaz de comprender. Para bien o para mal, la experiencia muestra que hasta de esos días uno se levanta.

Los que soy, los que he sido y los que seré

Navegando por ahí, me topé con un texto que desató repentinamente mi atarantada memoria. Hace apenas unos días que arranqué este regreso. Y ya está quedando claro que era necesario. Urgente quizá. Y le llamo regreso porque hace un año y poco más comencé mi primer ejercicio en la blogósfera. Ejercicio que pronto mi inconsistencia condujo al fracaso a través del abandono. Hoy, después de más de doce meses, volví a echar una mirada a ese blog cuya dirección apenas recordaba. (Lo abrí con una cuenta de correo cuya dirección —y respectiva contraseña— ni siquera soy capaz de recordar.) Cuando lo reencontré, me di cuenta de que no era tan mal ejercicio. Parte de lo que entonces me motivó a inaugurarlo a perdido toda vigencia. Pero parte sigue latiendo. Y es eso que aún respira lo que hoy hace posible la expresión de estas pequeñas soledades.

Visibilidad

Quizás te ha sucedido. Estás convencido de tener mil cosas que decir. Tienes la seguridad de que eso que te ocupa la cabeza debería ser compartido, conocido, puesto en común. No necesariamente buscando reconocimiento de nadie. Pero sí esperando que por fin caiga un rayo de luz sobre ese rincón que tanto tiempo ha pasado en las sombras.

Y cuando has vencido los obstáculos y estás a punto de lanzar esas ideas al mundo. Descubres que las sombras nunca fueron tales. Si acaso estaban empañados tus lentes. Resulta que aquello está más que dicho.

¿Por qué?

Porque de pronto fueron ya demasiadas cosas. Porque el resto de las vías eran insuficientes o inapropiadas. Porque me parace atractiva la posibilidad de descubrir nuevos caminos, iniciar nuevos encuentros, desatar nuevas conversaciones. Porque mucho de lo que está por ser dicho merecía ser puesto a prueba. O al menos eso creo.

Todo lo dicho es cierto un poco. Pero quizá la verdadera razón es más simple: Porque me dio la gana.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.