Esto ha llegado quizá demasiado lejos. Ya no sé quién soy. O lo sé, pero eso deja de lado al que deambula por las calles diciendo ser. Intentaré ponerlo claro, pero no garantizo nada. La cuestión es que he llagado a un punto en el que la identidad con la que he transitado por la vida me resulta lejana, ajena. Hablo en el sentido más amplio posible: no sé quién ese ese que dice ser yo. Que usa un nombre que me dieron al nacer. No entiendo sus motivos, sus razones. No comprendo qué lo mueve, por qué e dedica a lo que se dedica, por qué hace lo que hace. Lo entiendo sólo cuando se atreve a escucharse, pero lo hace poco. Me identifico con él cuando renuncia a las banalidades cotidianas, pero no lo hace con frecuencia. Lo comprendo cuando, fsatidiado de todo y de todos, se encierra en sí mismo intentando explorar un camino distinto. Pero nunca termina de hacerlo. Al final se pone el traje y la corbata y sale al mundo con cara de gente seria. Cierto, muchos gestos lo traicionan y revelan al loco que hay tras su mirada. Pero la gente suele creer que es su modo de caer bien, que son esos gestos los que le hacen simpático, diferente. No sospechan del anormal que hay detrás. Y yo siento que eso es sólo fingir. Y me cansa.
0 comentarios:
Publicar un comentario