M.

Se supone que la mejor forma de comenzar es siguiendo un orden cronológico. Otra alternativa es arrancar hablando sobre quien detonó realmente este viaje al pasado. Lo curioso es que ambas vías me llevan a empezar con la misma persona.

Intento hacer cuentas para registrar cuándo conocí a M. Seguramente yo tenía unos 6 años. Ella unos dos o tres menos. No estoy bromeando. Decir que la conocí entonces no significa que en ese momento hubiese surgido en mí ninguna idea —mucho menos sentimiento— que nos vinculara. Pero la referencia al momento es importante porque en algún momento había de conocerla.

Es difícil identificar en qué momento se convirtió en el eje de mi existencia. Pero así fue. Suena exagerado, lo sé. Pero es un hecho que en cierto momento todo comenzó a girar en torno a M. Si hago un esfuerzo, soy capaz de encontrar al menos un par de registros de su paso por mi niñez. Pero fue sin duda la pubertad la que trastocó nuestra historia —o, mejor dicho, mi historia en torno a ella, pues nunca se trató obviamente de «nuestra» historia—.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.