Sanar

¿Por dónde empezar? ¿Cómo jerarquizar el sinfín de ansiedades? ¿En qué orden colocar estas inquietudes? ¿Por qué cuando apenas uno empieza a concentrarse en una cosa, otras aparecen arrebatando la atención? ¿Por qué tanto sufrimiento alrededor?

Y quizá en el fondo toda esta ansiedad es egoísmo puro. Porque aunque se trate de inquietudes derivadas de problemas o padecimientos de otros, uno se aturde por el dolor que provcan en uno mismo. Afirmamos que el dolor del otro nos duele, pero ansiamos sanar no por paliar el dolor ajeno sino por acanar con el propio.

Aún así, ¿por dónde empezar cuando llueve sobre mojado? ¿O es cuestión de relajarse y dejar que las cosas sucedan? ¿Esperar? Se escribe tan fácil.

Revelación

La realidad, sea lo que sea la realidad, puede ser tan atroz. Pesada. Arrasadora. No tiene piedad, compasión. Hay un infinito de cosas por decir. Desde que inicie este intento de diario virtual, muchas ideas han ido siendo contenidas ingenuamente por mi yo-censor. Pero las cosas alcanzan ya un nivel incontenible. Ya no sólo es urgente recuperar y relatar el pasado. El presente se vuelve incontenible. Se rebela. Exige ser parte de todo esto. Y aquí voy, haciéndole espacio.

Baste por ahora decir que, más que nunca, quisiera huir. Pocas veces he sentido la necesidad auténtica de "tirar la toalla". Pero hoy bien podría abandonarlo todo. Al final, las cosas terminan en cierto modo volviendo a su sitio. Lo sé. Pero mientras se alcanza ese nuevo punto de equilibrio, la estancia sobre la faz de esta Tierra no es cosa grata. Y no sé si habría de serlo. Un día amanece y descubres que estas harto de la patraña del sacrificio, del sufrimiento. Pero te descubres a la vez atrapado en sus redes. Por más que te resistas, su contundencia se impone. No hay salida. Queda uno en su túnel. Ese infinito túnel sin salida.

Pruebas

En estos días en que literalmente llueve sobre mojado, también la vida parece estar poniendo a prueba a más de uno. Reconozco que no es una cuestión que esté viviendo en carne propia. Pero son muchas las cosas que gente que quiero y quiero bien está enfrentando. La fe ha sido históricamente una cuestión de la que he intentado sostenerme de tanto en tanto. A veces se trata de esa fe de emergencias, a la que acudimos sólo en momentos de complicaciones. A veces intento que sea esa fe más auténtica, la que surge de la profunda convicción de que alguien que tiene inmenso poder sobre mí y sobre todas las cosas, puede intervenir en cierto modo en favor de uno u otro rumbo para las cosas. Esa fe auténtica está más cerca del agradecimiento que de la súplica. Pero invariablemente se cruzan. En estos días he descubierto una vez más un sinfín de motivos para estar agradecido. Y me he topado también con una extensa relación de dificultades, propias o ajenas, que me recuerdan que la vida no es cosa fácil. Son pruebas, dirán algunos. Y no dudo que lo sean. A veces me pregunto cuál es el sentido de semejantes retos, si es que lo tienen. A veces uno flaquea. Pero los motivos para seguir existen. A veces más claros que otras. Los temores son muchos y en ocasiones poderosos. Las dudas invaden con frecuencia el entorno. Pero intento recuperar la fe. La convicción de que un sentido tiene el dolor. La certeza de que semejantes pruebas no son gratuitas. Estoy lleno de cosas. Queda claro. Quizá siendo menos comprensible que habitualmente. Y vaya que habitualmente no suelo serlo. El hecho es que hoy de pronto encuentro muchos motivos, más que de costumbre, para pedir con fe que Dios intervenga en favor de la verdad, en favor del bien. Queda claro que el mundo no muestra suficientes evidencias de que semejantes valores merezcan triunfar. Pero tengo suficientes razones para esperar con confianza. Con agradecimiento. Porque algún sentido terminarán teniendo estas dificultades para sus protagonistas, a quienes quiero y con quienes sufro corazón a corazón.

Expectativas

En ocasiones los demás esperan simplemente demasiado de uno. Pero en cierto modo uno tiene siempre un alto grado de responsabilidad. Tales expectativas no suelen ser infundadas. Uno siembra esperanza. Uno siembra posibilidades. Y los otros simplemente esperan cosechar los frutos correspondientes.

Quizá el trecho recorrido ha sido extremadamente notable. Es decir, uno se ha hecho notar, consciente o inconscientemente. Lo cierto es que se esperan ciertas cosas de uno. Y a uno simplemente no se le da la gana.

Llegada

Diez días después de haber arrojado al mundo la cursilería que citaba ayer, las cosas en mi interior respondían a situaciones muy distintas. El cuadernillo de notas de aquellos días comenzó a plagarse de reflexiones que evidenciaban cambios significativos en mi sitaución emocional. La aparente depresión amorosa era sustituida por una nueva presencia. El 19 de octubre de aquel 1998 hice un par de anotaciones tituladas "Llegada I" y "Llegada II". Transcribo aquí la segunda:

Llegas a darle a mis huesos una esperanza...
Llegas a darla a la vida una posibilidad...
Abrir los ojos al despertar adquiere repentinamente un sentido curiosamente absurdo...
Llegas a adueñarte de la paz y reclamas atenciones inusuales...

El caos se apodera de todo: la locura reina...
... y todo te señala: ¡Culpable!

¿Qué quieres de mí?
¡Dueles!
¿Quién te llamó?
Quizá yo mismo te invoqué
cuando peddía al cielo la muerte...
Quizá eres tú quien ha de beber
hasta la última gota de sangre
... para luego
deborar uno a uno
mis huesos...

Y todo parece una broma...
No puedes beberme...
No puedes deborarme...

Tenemos mundos...
... otros mundos...
Al final, esos mundos no importaron (al menos entonces).

Ingenuidades

En medio de esta apatía, en medio de estas ganas de nada, en medio de estas inercias que llevan siempre a algo... en medio de todo esto, intento y me consigo uno que otro espacio de oxígeno del pasado. Una dosis de exploración por el futuro. Una carga de anulación absoluta del presente (sea lo que éste pueda ser o significar). Particularmente esos momentáneos viajes al pasado suelen resultar interesantes, descubriendo siempre algo de mí que no entiendo, algo de mí que no me suena conocido. Palabras que las evidencias muestran salieron de mi puño mas, de no ser por esas contundentes señales, fácilmente negaría haber escrito yo. Aquí uno de esos cursis textos plagado de lugares comunes.

Me faltas...
le faltas a mis ojos;
le faltan tus oídos a mis voz;
le faltan tus labios a mi boca
-sedienta, seca-

La soledad alarga los segundos...
Me faltas...
No sé quién seas...
No sé dónde estés...
No conozco tu nombre...
... pero me faltas

Faltas a mi lado
Faltas en mi cama

Estás sólo en mis sueños,
aferrados a tu posibilidad...

Octubre 9, 1998
¿Hay acaso un lugar común más común que el de los amores ingenuos?

Si...

En medio de tantas preguntas e inquietudes, la ausencia se ha prolongado. Y no es que no tenga qué decir. Es simplemente que me faltan fuerzas para hacerlo. Decisión. Todo parece reducirse a una poderosa falta de voluntad. Lo curioso es que en el día a día la inercia nos lleva a vencer esa apatía. Uno está seguro de no tener ganas de nada. Y sin embargo siempre se acaba haciendo algo. Y de esos algos nos llenamos y acabamos saturados. Sin aire. Sin espacio para dejar que reinen las ganas de nada. Quizá esto no le suceda a todos. Quizá tenga que ver con ese gen del esfuerzo que a algunos nos insertan desde pequeños. No reniego. No se trata de volcarme contra mi historia ni contra el que soy. Es simple y sencillamente que a vaces me pregunto cómo sería si ciertas cosas fueran distintas.

Preguntas

He estado lejos. Lejos de aquí. Lejos de mí. Lejos de todo. Y ya vuelvo. Y quisiera recuperar las palabras. Retomar mi viaje al pasado. Seguir la reconstrucción de ese que me observa desde el espejo.

Me he topado con mensajes fechados en enero de 2000, escritos de mi puño y letra en trozos de papel. Las preguntas de entonces se parecen tanto a las interrogantes de hoy.

«Muchas, demasiadas preguntas. Hasta ahora, ninguna respuesta. En el mejor de los casos, una interrogante se resuelve cuando se abren otras cinco, igual de complicadas, igual de trascendentes. No sé con exactitud en qué momento comenzó a crecer tanto este complejo árbol de preguntas. Lo cierto es que creo que respondiendo con calma a las primeras, las demás encontarán por su lado la salida.»
Aquellas respuestas siguen sin aparecer. Pero hoy es evidente que eso me inquieta mucho menos que entonces.

Espera

No tengo claro qué, pero sé que estoy esperando. ¿Es posible? Quizá espero saber qué he de esperar. Lo sé. Es trillado hasta como trabalenguas. Lo cierto es que estoy en blanco. No para escribir aquí. Eso podría hacerlo por horas, aunque fuese escribiendo sinsentidos y trivialidades. (No porque a mí me lo parezcan. Yo estoy convencido de la seriedad del asunto.) Estoy en blanco con respecto a qué sigue mañana. Con respecto a qué me espera a la esquina siguiente. Lo sé. En cierto modo todos lo estamos en mayor o menor grado. Pero cuando digo que estoy en blanco no estoy siendo exagerado ni pretendo usar la expresión como metáfora. Simple y sencillamente, estoy lleno de nada. Esperando.

Incetridumbre

La gente no suele creerme cuando describo el trabajo que me cuesta tomar ciertas decisiones. Suelen identificarme como alguien que sabe lo que quiere. Alguien sin dificultades para enfrentar disyuntivas. Cierto que la mayoría de mis decisiones han dado buenos resultados. O al menos me he encargado de hacer que así parezca. Pero cada vez que, como ahora, la confusión sobre el futuro se apodera de mí, tiendo a paralizarme. Nuevamente, nadie lo nota. Parece que todo está bien. Mi serenidad es tal que contagia a los más atribulados. Y, sin embargo, por dentro las cosas no andan bien. El presente se resquebraja y no hay claridad sobre los caminos que se abren ante mí. Densas nubes cubren el horizonte.

Incapacidad

Esta libreta digital se inició con un objetivo claro: decir lo que fuera de sus páginas nadie parece escuchar. Arrojar uno que otro grito al vacío. Hallar un sustituto para la falta de diálogo que permanentemente me acompaña. Corrijo: me persigue.

Hoy ha sido una de esas jornadas que justificarían con creces semejante propósito. Y, sin embargo, no logro escribir lo que quisiera lanzar al vacío de las ideas que pululan en el ciberespacio. Tanto me he acostumbrado a guardar las palabras que cuando las invito a salir permanecen tímidas en mi interior. Cuando mucho, una que otra asuma a eso que algunos llaman la punta de la lengua. Y me quedó así, incapaz de decir cuanto quisiera decir. Incapaz de describir la decepción. Incapaz de justificar lo defraudado que me siento. Incapaz de explicar mis sinsabores. Quizá es muy pronto. Quizá deban pasar unas horas, unos días, unos meses, para ser capaz de expresar tanta frustración acumulada.

Pretextos

Esta entrada debió ser escrita y publicada ayer. Pero no fue. Se quedó archivada un rato en mi cerebro y no halló a tiempo la salida a través de estas torpes manos. Se le hizo tarde. Aunque dicen que para ciertas cosas nunca es tarde. Ésta entre ellas. Pues un día —o incluso dos— de diferencia no cambian realmente nada en este caso. Si acaso, colocarme una vez más ante mis incontables manías. Ponerme en evidencia una vez más a mí mismo. Recordarme lo enfermizas que pueden llegar a ser ciertas conductas. Como ésta. Esta necesidad de escribir y decir algo. Escribir porque la voz no alcanza. Escribir porque el llanto no se atreve a surgir. Escribir porque sí. Y también un poco ¿por qué no? porque no. Escribir sin ánimo de decir gran cosa. Escribir con el entusiasmo de saber que me dejo a mí mismo algún rastro. Alguna pista de esto que hoy cruza mi cabeza. Esto de lo que mañana probablemente no habrá seña. Por necesidad. Por capricho. Escribir para nadie. Escribir sencillamente con la esperanza de que algunos oídos escucharán este llamado de auxilio que no pretende sino poner en evidencia que algo tenía por decir.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.