Quisiera recuperar este rincón al menos. Encontrar la forma de escapar del universo que me he creado y poder explorar y construir desde este rincón. Pero parece que no lo deseo tanto, pues sigo permitiendo que el mundo se venga sobre mí y no opongo resistencia. Lo dejo invadirme. Que me arrastren sus olas. Y sigo diciendo "algún día".
Atrapado
Me siento absolutamente vacío. No. Quizá no "absolutamente". Me enoja no encontrar palabras para describir cómo me siento. Se me ocurre decir que me siento atrapado entre un mundo que me oprime y me quita la respiración 24/7, y un mundo paralelo que me regala pequeñas bocanadas de aire de cuando en cuando. Cuando ese mundo alterno —que casi me atrevería a calificar de ficción— me acaricia, creo que todo lo demás vale la pena. Y con esa sonrisa me introduzco de vuelta al caos. Pero no me alcanza para mucho. Paso las horas permanentemente queriendo escapar. Y no encuentro una explicación lógica, racional, que me permita convencer o convencerme a mí mismo de que ese escape es válido. Así pues, no me lo permito. Y permanezco atrapado en esta red que yo mismo me he creado. No ya con dos vidas. Quizá con tres, cuatro... cien o mil.
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Ojalá... pero no
Ojalá fuese solo su mirada. Pero no. Es esa fuerza irracional que despierta algo absolutamente nuevo en mi interior. Ojalá fuese solo una sonrisa. Pero no. Es ese instinto que había pasado tanto tiempo negándose a creer en la posibilidad de llegar tan dentro. Esa nueva certeza sobre mí mismo. Es esa risa que murmura cuando nuestros cuerpos borran sus fronteras.
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¿Y ahora?
De pronto abrimos una puerta que no esperaba tan pronto. ¿El resultado? Indescriptible. Ventajas de no esperar nada: los pequeños detalles producen efectos muy poderosos.
En el mismo lapso que hace doce años enviamos todo al vertedero, esta vez hemos construido un paraíso en una nube. ¿Tendremos oportunidad de echar bases que hagan de esa nube un terreno seguro? Vamos, digo seguro sin esperar certezas para toda la vida. Lo digo esperando simplemente un cierto grado de claridad, de referente.
Hoy, esa mirada se ha apoderado de mi pensamiento de un modo completamente inusual. Esa caricia ha dejado un rastro que nunca antes había experimentado. Esa sonrisa. ¡Y esa risa! (Tú sabes qué risa.)
¿Y ahora?
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Desahogo
De pronto por fin he estallado en llanto. Parece que eso es lo que venía haciendo falta. No me refiero a mi historia reciente. No estoy pensando en la separación de hace unos meses. Pienso en años. 20 años. Parece que este llanto lleva dos décadas esperando este momento.
En principio la válvula se abrió hace poco más de 24 horas. Pero en ese momento no brotó ni una lágrima. Ahora, minutos después de cruzar la puerta de esta habitación que hoy es lo más cercano a mi "casa", el llanto se ha dejado venir.
Apenas puedo escribir. Los ojos están empañados. Pero las manos empeñadas en soltar palabras. No sé por qué, ni para qué. Solo sé que el dolor es difícil de explicar. No pienso ni intentarlo. Solo quiero dejarme llevar.
De pronto los pocos mitos que se sostenían en pie se derrumban. Ese pequeño puñado de verdades a las que uno podía aferrarse desaparecen. Queda en cambio algo parecido a la traición. No, no lo es. No quiero pensar en esos términos. Pero esa sería en principio la palabra más adecuada.
Lo cierto es que de pronto los oídos escuchan una historia que no tiene pies ni cabeza. Una historia que me parece ficción pura. ¿En qué momento pudieron pasar esas cosas que hoy se me rebelan? ¿Cómo es posible que ni la más mínima señal de ello haya cruzado mi cabeza?
Me dicen que seguro recuerdo tal o cual incidente. Me lo dicen como intentando ayudarme a reconstruir las cosas. Pero esos referentes no existen en mi interior. Como siempre, parece que soy algo externo a mi familia. Parece que no me entero de nada. No sé quiénes son esos seres que tanto amo a mi alrededor pero de los cuales apenas sé la edad, el nombre o alguno que otro interés.
Un puñado de extraños. Y yo el más extraño entre todos. Una vez más, como tantas veces, me entero de historias que debieron pasar en mis narices y de las cuales no identifico el menor rastro.
Me siento tan débil. Tan frágil. No sé cómo reaccionar. Tan solo. Tan necesitado de un abrazo, de un hombro. Incapaz, como siempre, de aceptarlo e ir a buscarlo. Quisiera solamente desaparecer. No para siempre, es cierto. Pero sí renunciar al mundo que en todos estos años me he construido. Con ganas de empezar un mundo nuevo. Con ganas de un auténtico borrón y cuenta nueva.
Y, mientras tanto, las cosas están del carajo. Avanzan. Sin compasión. En medio de tantas tinieblas, una sonrisa se ha convertido en la esperanza. En medio del caos, no será sencillo conservarla viva. Si en las mejores circunstancias he fracasados cabalmente en empresas semejantes, es difícil asegurar que esta vez ha de ser distinto. Pero será.
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La misma historia
Curioso venir aquí a volcarme acerca de ciertas cosas. Esa mezcla de intento de anonimato (intento, lo sé), con altas probabilidades de que mis palabras se pierdan en el mar de insensateces sin ser leídas por otros ojos que los míos, me permite llegar siempre decidido a decir lo que siento con absoluta claridad.
Pero sucede casi siempre que, al hacer contacto con el teclado, los dedos cambian de decisión y empiezan a tropezar. Se refugian una vez más en los enigmas, en las expresiones encriptadas, como lanzando al lector ausente un reto para descifrar las adivinanzas que hay en cada desahogo.
Ahora mismo, por ejemplo. Venía decidido a decir que necesito verla. ¿A quién? A una de ellas. O quizá a varias. O a decir que quisiera desaparecerla de mi vida. ¿A quién? A otra de ellas. O quizá a varias. Digo mucho y digo nada a la vez. Porque en el fondo todo esto termina siendo parte de la ridícula ficción que me he inventado a través de los años. Porque una u otra son al final la misma: ninguna y todas a la vez.
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Daño
No han pasado muchas cosas desde la última vez que vine a este rincón. Pero las pocas que han sucedido valen por millones.
Apenas hace tres semanas hablaba de una encrucijada. Anticipaba mis temores de lastimarla. Y el día que intenté decírselo —torpemente como suelo actuar cuando intento decir algo importante— ella se adelantó y lo dijo por mí. "Tienes miedo de lastimarme, de hacerme daño. Pero no tienes por qué. No es tu responsabilidad." La cito quizá modificando algunas palabras, pero respeto completamente lo que me dijo. Lo que dijo con esa sonrisa atrapada con la que hace doce años me miró antes de hacerme trizas el corazón.
Las cosas hoy son muy distintas. No sé en qué sentido ni con qué posibles consecuencias, pero son distintas.
La confusión crece. Por momentos siento una lucidez absoluta, una claridad envidiablemente inusual. Y poco después todo se sacude de nuevo.
Una cosa es evidente: soy un peligro.
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Encrucijada
No sé qué demonios estoy haciendo. Una palabra, una frase por ahí perdida, me han provocado una vez más. No puedo decir que una palabra o una frase sean responsables de mi estado. ¡Por supuesto que no! Puedo adjudicarles, cuando mucho, haber ayudado a encarnar la crisis... en palabras y frases.
Decía, e insito, no sé qué estoy haciendo. ¿En qué callejón estoy entrando? ¿Por qué lo hago? ¿Qué gano? ¿Acaso no soy consciente de los daños colaterales? Entiendo que no piense en mí pero, ¿no podría pensar un momento en los demás? ¿En ellas? ¿En ella? ¿En ti?
Lo cierto es que el terror se ha apoderado de mí. Nada nuevo. Pero, al mismo tiempo, nada conocido.
Apenas empezar a ecsribir de esto y ya está el vacío en el estómago. El corazón a tope. Y eso no es que me moleste. Incluso un poco al contrario. Me emociona. Pero, ¿después qué?
¿A dónde voy con todo esto? ¿A qué callejón te estoy conduciendo? ¿Tengo todavía oportunidad de escapar y quedarme, como siempre, contemplando desde alguna ventana?
En un primer momento pensé en esto como una oportunidad. Pero, ¿una oportunidad de qué? ¿A favor de quién?
Pienso nuevamente en esas palabras que hace tanto (¿años? ¿siglos?) quedaron archivadas en tu nombre. Y me descubro pensándolas de nuevo. Un poco del mimso modo, un poco al revés.
Me gusta el camino, pese a todo. Lo que me inquieta es hacerte entrar en él. Conducirte irremediablemente a ese terreno de dolor al que terminaré conduciéndote, porque no conozco otro destino para quien me acompañe. Quisiera, pues, encontrar el modo de tenerte cerca sin hacerte caer en el fango. Ahora que, si estoy seguro de que terminarás cayendo, quizá debería retirarme. Posiblemente aún sea tiempo.
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De vuelta
Hace ya más de un año que comencé este extraño recuento de una faceta de mí que nunca he sido capaz de expresar con claridad. Quise refugiarme en otro nombre para intentar decir lo que nunca digo. Y ni siquiera así lo conseguí. Al final, siempre termino apostando por esa fórmula críptica en la que ni yo mismo sé a veces qué pretendía decir.
Uno de los propósitos que declaré en estas pequeñas soledades, era reconstruir el relato de encuentros y desencuentros que podrían catalogarse en el marco de mis pequeñas historias de amor no realizado. Con la etiqueta de "Apuntes para una historia" empecé a recolectar fragmentos. La idea surgió cuando, hace poco más de un año, una serie de reencuentros empezaron a provocarme la psoibilidad de explorar qué sería hoy de todas esas mujeres de las que alguna vez creí estar enamorado. (Digo creí, aunque en general, muy a mi manera si se quiere, creo que realmente lo estuve.)
El caso es que aquí pretendí contar una historia. Y nunca logré avanzar siquiera un poco.
Hace unos meses los reencuentros hicieron que ciertos fantasmas de mi pasado se convirtieran de pronto en protagonistas de mi presente. Pronto me sorprendió la forma en que sentimientos que uno hubiese pensado completamente archivados en el pasado empezaron a apropiarse de mis pensamientos. Cada cruce, presencial o virtual, se convirtió pronto en una nueva muestra de ese "estar enamorado del amor" que ya alguna vez reseñé en alguna parte con alguna identidad que ahora no puedo recordar.
Empecé pronto a imaginar escenarios. ¿Qué hubiese pasado sí...? ¿Podría hoy recuperar algunas de esas piezas y tratar de reconstruir el presente con ellas?
El ritmo de los latidos del corazón es un mal termómetro en mi caso, pues cualquier cosa provoca que se aceleren sin remedio. Pero el resto de las reacciones de mi organismo pueden ayudar a detectar que ciertas posibilidades vuelven a entusiasmarme cual adolescente. Sí, me siento un completo adolescente.
Conectar con el que yo era hace 10 o 15 años ha desencadenado en mí que completamente me convierta en el adolescente que era entonces. (Ya estoy nuevamente perdiendo el hilo. ¿Había un hilo? Intentaré volver al camino...)
Todo lo que digo sirva para compartir que estoy muy confundido. Todo está perdiendo sentido. Tengo muchas dudas. Los temores alimentan mi falta de voluntad y cada momento que me quedo solo me conduce a una profunda melancolía.
Una vez más me puse a leer apuntes de mis diarios de hace tiempo. Me quedé nuevamente en torno a 1998. Un año lleno de confusiones. Lleno de decisiones. Un año que marcó el resto de mi vida. He estado dando vueltas también en torno a 1996. Un año que resultó también definitivo aunque de un modo un tanto más indirecto.
Quisiera recuperar el orden un poco. ¿Tendrá alguien la paciencia de acompañarme en semejante reconstrucción?
Hace un par de meses me encontré a través de una de tantas redes sociales con V. Siempre la he considerado una de las personas que sin darse cuentra cambió mi vida. Y mis reacciones ante su reciente aparición lo corroboran claramente. En 1996 V me condujo a una de las decisiones más irracionales de mi vida. Al final, nada resultó como se suponía que debiese resultar. Y, sin embargo, insisto, cambió mi vida. Un par de meses después de esa decisión, V remataría la historia desapareciendo de mi horizonte en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, el recuerdo de esa historia que nunca fue me acompañó el resto de mis días.
14 años después una casualidad permite que nuestros caminos se encuentren, al menos digitalmente. Ella tardó en ubicarme. De hecho todavía no estoy seguro de que sepa quién soy cuando compartimos alguna idea a través de las dichosas redes. Lo cierto es que este mínimo encuentro desató una vez más la imaginación. Solo eso. Lo cual es bastante.
Otro cruce en las redes. Ahora con E. En el verano de 1998 compartimos una historia de 3 semanas. 18 días para ser precisos. 18 días que tuvieron una estela de varios meses. Hasta que, no sé bien cómo, se cruzó alguien más.
Mentiría si dijera que nunca volví a pensar en E, pero lo cierto es que si lo hice fue sin darle mayor importancia. Acaso como referente cronológico para evocar ciertos momentos. Nada más.
Y de pronto, 12 años más tarde, la tengo frente a mí. Después de compartir cinco horas, durante la larga despedida, ella calificó el encuentro de "natural". Así fue. Natural y al mismo tiempo emocionante. Dijimos cosas que no esperaba. Y no pasó a mayores. Al menos en los hechos. Porque aquí dentro, todo empezó a moverse por primera vez en mucho tiempo. Nuevas dudas, semejantes a otras, pero impulsadas por una fuerza poco ordinaria.
No sé cómo explicarlo. A lo largo de un año han sido varios los reencuentros. Y quizá éste es uno de los que esperaba menos. Nunca creí que esos 18 días (con sus dos meses de resaca) hubiese dejado una huella que se removería como sucedió este fin de semana.
Curioso. Extraño. Emocionante. Confuso. Intrigante.
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Reencuentro
En medio del vacío, el reencuentro con una sonrisa que ilumina el horizonte. No es una sonrisa que se dirija a mí. Ni por accidente. Ha sido simplemente un cruce de miradas. No, ni siquiera ha sido eso. Ha sido mi mirada topándose unos segundos con su rostro contemplando el infinito. No se percató de mi existencia. Pero la he visto sonreír. Y esa sonrisa, que no tiene ni por accidente algo que ver conmigo, me ha hecho recuperar un vacío en el estómago y unas ganas de volver a empezar en alguna parte.
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Nuevo intento
Ayer cené con una entrañable amiga y, de pronto, las pequeñas soledades se arremolinaron a mi alrededor. Compartía con ella la frase de Barthes que inspira el nombre de esta libreta digital. Y me pregunté si valdría la pena recuperarla. Al fin y al cabo está ahora el túnel paralelo para compartir mi falta de cordura. Y sin embargo aquí estoy.
Cené con A.N. a raíz de un imprevisto encuentro con mi pasado. Por circunstancias difíciles de relatar, me topé hace unos días con un cajón lleno de cartas. Sí, cartas. Y también un fajo de impresiones de correos electrónicos fechados entre 1996 y 1999, de aquellos días en que el correo electrónico era una auténtica novedad en la vida de muchos, yo mismo incluido. En el cajón encontré hasta un telegrama, pa' acabar pronto.
Todos los textos que leí fueron muy poderosos. Pero una carta escrita por A.N. me movió a escribirle un correo de madrugada. Ella respondió temprano al día siguiente y en la noche estábamos cenando. Hacía un año y medio que no nos veíamos. Habíamos hablado, sí, y escrito algún correo o alguna cosa por el muro del Facebook.
Ayer, fue conversar con ella como hace 14 años que la conocí. Pude abrir mi corazón como hace mucho no lo hacía. Pude explorar un poco en mi interior pensando en voz alta.
Hoy, como sucedía después de esas charlas hace 14 años, estoy apenas procesando mucho de lo que dije. Quizá por eso apenas hoy estoy llorando. Mientras hablaba con A.N., pensaba en la urgencia de recuperar el relato que hace casi un año quise iniciar aquí. Con esa razón había nacido esta libreta: como un intento por contar mi historia, reconstruir mi pasado para conocerme, para saber quién es ese que a diario me mira desde el espejo con extrañeza.
Veremos si al fin soy capaz de hacer algo al respecto.
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Y uno despierta y es el mismo. La realidad sigue siendo la misma. Abrumadora. Y las fuerzas para hacerle frente siguen brillando por su ausencia. No tarda uno mucho en comprender que las ilusiones depositadas en el "año nuevo" son una fantasía ingenua. Somos los mismos en el mismo lugar y ante las mismas condiciones. Da igual si es 1 de enero o si estamos a mediados de junio. Sea el día que sea, las posibilidades de hacer algo con nosotros y con esa realidad están siempre a la misma distancia. Ni más ni menos.
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