Qué ganas...

¡Qué ganas de contar nuestra historia! ¿Nuestra? Sí: nuestra. Esa historia que comenzó, no tengo la menor duda, cuando se separó a la luz de las tinieblas, creándose el día y la noche. Separados para siempre. Sin remedio. Y sin poder vivir el uno sin el otro. Desde aquel día, nuestra historia ha sido el eterno relato del desencuentro. Imposible estar juntos más allá de un instante. No ha sido miedo lo que nos ha detenido cuando, estando uno frente a otro, nos hemos dado la vuelta. Ha sido la conciencia. Conciencia que nos traicionó una vez. Esa vez que aún seguimos pagando, echándonos de menos a ratos. Llegamos a estar tan cerca de ser uno. Confieso que yo mismo creí que lo habíamos logrado. Con esa ingenua creencia navegué un instante que se convirtió en meses. Hasta que abrimos los ojos y nos encontramos de espaldas, como siempre, sabiendo que mirarnos frente a frente terminaría condenándonos a una soledad que nunca acabaría. Así que por turnos nos obsequiamos una mirada a escondidas. Intentando dejarnos una pista para saber que aquel reto a la conciencia había sido real. Pero la luz y las tinieblas hicieron su trabajo y borraron todo lo que nos quedaba para recordar. ¿Todo? No, no todo. Quedaron estelas que apenas nos susurran una melodía que ambos sabemos recordar sin saber de dónde ni de cuándo. Mucho menos de quiénes. Y, sin embargo, esa melodía no deja de sonar en nuestros oídos. Tendrías que admitirlo. Y no lo harás. Has encontrado que ignorar es un buen remedio. O al menos eso has querido creer. Y cuando jugamos a creernos las cosas, se vuelven ciertas. Yo, en cambio, no encuentro un juego en el que no aparezca tu recuerdo. Ese recuerdo que no tiene rostro pero que no deja de mirarme. Ese recuerdo que no tiene manos y, sin embargo, se aferra a mi piel salvajemente. ¡Qué ganas de contar nuestra historia! Pero apenas recuerdo tu nombre. He llegado a creer que el que uso para invocarte me lo he inventado yo mismo. ¿Supimos algún día nuestros nombres? El tiempo que logramos vencer al destino y nos jugamos los cuerpos, no hicieron falta palabras. Mucho menos nombres. Y, sin embargo, cuando te pienso siempre tienes nombre. No sé si sea siempre el mismo, porque siempre me resulta nuevo, como nueva me resulta tu sonrisa. Y tu risa. Tu risa. Quizá sea ella la única evidencia de aquellas noches. O quizá, por supuesto, es también una invención. Como tu nombre. Una invención para darme a mí mismo al menos una certeza. Porque si fuiste un sueño, mi propia existencia carece de sentido. ¡Qué ganas de contar nuestra historia! Pero para que mi relato tenga sentido, supongo que tendremos que vivirla algún día.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.