Un año...

"Let's take it nice 'n easy...". La voz de Frank Sinatra cantaba inigualable aquella noche. Y mientras te miraba mirarme como sólo tú has sabido hacerlo, me di cuenta el sentido que las palabras de aquella canción adquirían en ese momento. "... it's gonna be so easy / for us to fall in love...", canté mientras quería decir algo más. Pronto nos daríamos cuenta de que las palabras salían sobrando. Pero esa noche quisimos tomarnos en serio el consejo de Sinatra y llevarlo todo lentamente, seguros de que las cosas encontrarían su curso si íbamos con calma. Un par de semanas fueron suficientes para descubrir que el sabio consejo nos quedaba corto: nuestros labios, nuestras manos, no entendían aquello de ir lento. Fácil, resultó sin duda. Tan fácil que ninguno nos dimos cuenta en qué momento pasó todo.

¿Qué pasó después? Me he preguntado muchas veces por qué las cosas tuvieron que salirse de control. Por qué terminé conduciendo nuestro idilio al fracaso. Seis meses. Seis meses me bastaron para terminar algo que, estoy seguro, ninguno de los dos conoció antes ni habrá de conocer después. ¿Qué pasó entonces?

Hoy, un año después, me duele pensarlo. Y me obligo a un examen en voz alta —aunque la voz alta sea ésta que nunca habrás de escuchar—. Un examen que me lleva sin más a reconocer mi responsabilidad en este juego que nos llevó a tocar el cielo y después terminó hundiéndonos en el mismo pantano que hace más de una década nos llevó a dejarnos atrás. Fueron las cosas tan distintas y terminaron en el mismo sitio que las habíamos dejado.

No. Miento. Las cosas no quedaron en el mismo lugar. Dimos unos cuantos pasos que borraron por completo aquella historia casi adolescente. Las razones que entonces tuviste para juzgarme, se transformaron por completo. A tal grado que si hoy merezco un sitio en tu memoria, poco tiene que ver mi recuerdo con lo que intentamos ser hace tantos años. En cambio, tenemos hoy la piel plagada de huellas. Mi boca conserva sabores que difícilmente borrará cualquier boca.

Una noche, cuando apenas empezábamos a explorar el nuevo encuentro, dijiste algo sobre la música que ponía cada noche al llevarte a casa. Dije que te grabaría algunas de esas canciones y me pediste que no lo hiciera: "No quiero relacionarte después con esa música". No queríamos anclajes que nos llevaran a pensar irremediablemente en el otro teniéndolo lejos. Y, sin embargo, hoy esos anclajes son todavía tan profundos.

Un año desde que te encontré de nuevo. Y seis meses de que te dije adiós, sin lograr explicar del todo mis motivos. Lo esperabas, es claro. Supongo que mis señales previas habían resultado demasiado obvias, no así los motivos, que en el fondo nunca expliqué con claridad. Lo cierto es que preferí huir cuando las cosas parecían escapar de mi control. Y no me di cuenta de todo lo que vendría después: lo doloroso que me resulta escuchar esa música que yo mismo me anclé y que a diario me obliga a pensarte. Me encargué de llenar mi mundo de señales para recordarte. Y vaya que han funcionado.

Hoy, no sé nada de ti. Y me pregunto con frecuencia cómo estarás y qué habrá sido de tu vida después de que nos despedimos hace seis meses. Y, digámoslo claramente: te extraño. Resultó tan fácil enamorarnos de nuevo. Hoy, aplico algunos cálculos: si entonces me costó dos meses "borrar" las huellas de 18 días, ¿cuánto me falta para dejar atrás esos seis meses de cielo que iniciaron hace un año? Las matemáticas sentencian que casi un año más me tocará entonces extrañarte. Supongo que sobreviviré.

Por lo pronto, a un año de distancia, solo puedo una vez más agradecer lo que vivimos. Claro, agradecer en mi interior, pues sé que nunca habrás de leer estas líneas, condenadas como siempre al olvido.

Acerca de este blog

Simplemente un lugar para compartir mis pequeñas soledades, esas que uno acumula a través del tiempo, cada vez que en el interior surge algo que el exterior no comprende. El nombre llegó inspirado por una frase de Roland Barthes.