Con frecuencia olvido que las palabras son arma de incontables filos. Por más que uno se esfuerce en darles una dirección, nunca sabe el sentido que tomarán en la mente de otros. Y cuando uno ni siquiera pretende darles una intención o no busca un efecto concrero en terceros, la situación queda fuera de control. Y vaya que aquí —y en otros lados— he apostado por ser críptico o al menos no he tenido la menor intención de ser cuidadoso para especificar de qué o de quiénes hablo. Cuando por conducto de alguno de mis escasos lectores me entero de las interpretaciones que se llegan a dar a mis palabras, no sé si molestarme o simplemente asumirlo como consecuencia natural de la vía que he elegido para poner en común ciertos pensamientos. Evidentemente me inclino por la segunda. Claro que quisiera evitar que las interpretaciones erróneas tengan efectos en la vida de alguien. Sin embargo esa esperanza no es suficiente para renunciar a algo que vengo haciendo por convicción. Es curioso, pero creo que el silencio contundente de quienes por azar o con intención llegan a leer estos disparates, me ha dejado a veces con la sensación de que nadie lee cuanto escribo aquí.
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