¿Qué exactamente estoy haciendo? Se suponía que querías renunciar a ciertas cosas. ¿Cuántas veces dijiste que estabas cansado de aquello y empezabas a tener claro el camino? Y ahora, vete nada más. Una vez más en eso de lo que has pretendido huir ya también un par de veces antes. ¿Masoquismo? Puede ser, pero no necesariamente. Puede simplemente ser debilidad. Y resulta, entonces, que ella siempre ha tenido, al menos en eso, la razón.
Farsa
Y de pronto te encuentras con que andas como sin sentido. No tienes claro en qué momento cambiaste o cambiaron las cosas, pero es un hecho que nada es igual. Y te sientes cansado. Sin voluntad para seguir. Pero el papel que te has inventado exige levantar la cabeza y no darse por vencido. Algo inexplicable hace que te sientas obligado a ser congruente con cuanto has dicho antes. Esa farsa te condena. Tomas la careta de optimismo una vez más y sales a la calle a mostrar que la vida tiene sentido. Quién quita y en una de esas tú mismo te tragas el cuento.
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Vacío
Hace ya varias semanas que no aparecía por aquí. Un torbellino de ires y venires me lo ha complicado. Y hoy que decido detenerme un momento en esta bitácora, es un poco con lo mismo que decía la última vez. Confieso que no recordaba haber escrito aquí lo que pubiqué en la entrada anterior. Y ahora que abrí el blog para hacer esta entrada, me doy cuenta de que pensaba decir lo mismo. Que quisiera llorar pero no lo logro. Debería llorar, pero no encuentro lágrimas. ¿Acaso se habrán secado todas? Creo que al menos desde ese 3 de agosto el llanto se ha resistido a mostrar señales de vida. Y hoy ya ni siquiera duele su ausencia. Al menos no de la desgarradora forma que relataba la última vez. Es como si se hubiera ido para no volver, sin dejar siquiera una nota de despedida. Lo más fuerte de todo el asunto es que con él se ha llevado muchas otras cosas. La voluntad entre ellas. El entusiasmo habitual parece haberles acompañado. Me siento débil. Vacío. Y, sin embargo, voy tomando decisiones que exigen cojones. La gracia estará ahora en darles continuidad. Encontrar en ellas el sentido perdido.
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Llorar
Es bien sabido que existen muchas maneras de llorar. Varían no sólo en función de los motivos, la distancia del objeto que provoca el llanto o la forma en que se manifiesta. Las combinaciones son infinitas. De todas las formas que conozco, que no son muchas aunque tampoco son pocas, sino quizá las que conoce cualquier nostálgico promedio, decía que de todas las formas que conozco, la más dolorosa es en la que las lágrimas se resisten a brotar. El llanto sin lágrimas puede ser desgarrador. Llevo días con ese llanto atrapado. Hoy me he esforzado por hacer que las lágrimas corran, que se lleven todo lo que me duele. Pero se niegan. Llanto profundamente seco. Pongo esas canciones que nunca fallan, pero esta vez no funcionan. Quizá debería intentar una de esas pelis que me ponen mal. Pero no tengo la voluntad suficiente para encender el reproductor de DVD y esperar que lleguen esos momentos que tradicionalmente catalizan la catarsis. Intento, de cualquier modo, visualizar algunas de esas escenas en la pantalla de mi memoria. Tampoco funciona. Quizá hablar, dirán algunos. ¿Con quién? Nadie escucha. No es personal. No lo digo resentido ni con afán de reclamar. Es sólo que tres décadas y fracción me han enseñado que el lenguaje que hablo puede ser indescifrable incluso para los oídos mejor dispuestos, que de por sí son escasos. Miro por la ventana. Hace rato que empezó a llover. El cielo llora por uno. La metáfora es trillada, lo sé. Inconsciente del alcance de tantos lugares comunes, esa metáfora me acompañó largo tiempo en la adolescencia. Las manos se detienen. Oprimir estas teclas está resultando más pesado a cada minuto. Intentaré otro rato encontrar esas lágrimas escondidas. Si supieran cuánto se les requiere esta noche.
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